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04 2008

La metrópoli y la llamada crisis de la política

La experiencia de ESC

Atelier Occupato ESC (Rome)

Traducción de Marta Malo de Molina

1. La metrópoli y la denominada crisis de la política

En Italia, en los últimos tiempos, se ha impuesto en el debate mediático y periodístico el gran tema de la “crisis de la política”. De un solo golpe, la inestabilidad de un marco institucional al que le cuesta canalizar el consenso y legitimar la decisión política se ha convertido en la crisis moral de todo un país. Todo lo que excede los límites de la representación institucional se tacha de “apolítico”. Como si la categoría de lo político fuese mera prerrogativa de quienes deberían detentar su monopolio.

La violencia del discurso securitario, unida a la redefinición del marco institucional en torno a la producción de opinión pública, han hecho lo demás. Sin embargo, es preciso, por nuestra parte, dar cuenta de estos procesos que ponen en tela de juicio la redefinición misma de lo “político” en un momento en el que éste parece privado de sus referentes tradicionales.

Nos parece importante partir de aquí porque consideramos que la metrópoli es precisamente el contexto donde estos procesos adquieren plena visibilidad. Roma, en particular, se ha presentado, justo en el periodo de su mayor expansión económica, como candidata a “laboratorio” en el que experimentar los complejos mecanismos de reinvención de la política institucional italiana (véase la experiencia de Veltroni y la constitución del Partido Democrático) y la reconstrucción de un imaginario adecuado a esa crisis de la representación que, de discurso crítico de los movimientos sociales, ha pasado rápidamente a conformar el léxico del debate nacional.

¿Cuáles son, por lo tanto, los procesos que están determinando esta “crisis de la política” y que tienen por escenario principal la metrópoli? En esencia dos: por una parte, la redefinición de la composición de clase metropolitana y, por otra, el languidecimiento de los dispositivos tradicionales de gobierno y de normación de la vida social. Desde el fin de la función de estabilización de la denominada “clase media” hasta la creación de nuevas polarizaciones sociales que hacen saltar por los aires la rígida contraposición entre incluidos y excluidos, pasando por los procesos de desclasamiento de las nuevas figuras de la producción social e intelectual para llegar, claramente, a las transformaciones que atañen a la naturaleza misma del capital y de su función de gobierno y control. Si queremos evitar una interpretación moralista e ideológica de la llamada “crisis de la representación” debemos, pues, ver precisamente en esta demudación de la composición social el languidecimiento de los dispositivos tradicionales de representación de los intereses, el debilitamiento de la capacidad de delegación propia de las instituciones de la política clásica y el devenir imperceptible, para el gobierno, del propio “objeto” sobre el que debería ejercerse.

En definitiva: las metrópolis están atravesadas a lo largo y a lo ancho por un durísimo proceso de redefinición de las clases; esta redefinición está produciendo, en la práctica, una crisis de legitimidad de las instituciones de representación política tradicional y, a la par, está abriendo a escenarios inéditos. La proyectualidad política de los movimientos debe situarse precisamente dentro de estos escenarios.

 
2. La governance y la imposibilidad del gobierno

El trabajo de análisis desarrollado por los movimientos en los últimos años ha estado en su totalidad dirigido a la definición de esa divisoria de aguas (fordismo-posfordismo, moderno-posmoderno) que separaba un antes y un después, es decir, que permitía explicitar todas esas evoluciones que la modificación del capitalismo global había acarreado, en las relaciones de producción y en las relaciones de poder, en las transformaciones del espacio y del tiempo de la acción política, así como en las mutaciones que afectan a las instituciones de la representación política y a la composición de las subjetividades de los conflictos.

La definición de esta transición nos ha permitido, con el tiempo, dejar atrás aquello que denunciábamos que se estaba agotando y, sobre todo, ha abierto la posibilidad de una reinvención de los propios movimientos, más allá de las categorías a las que la izquierda, toda la izquierda, se ha quedado letalmente enganchada.

Ahora se impone la urgencia de llegar, desde la descripción de este cambio general, a la definición de categorías, análisis e hipótesis políticos que asuman la contemporaneidad como campo de batalla, que identifiquen en el presente líneas de ruptura.

La búsqueda de una definición “política” de la metrópoli se convierte en este sentido en una apuesta en juego de importancia primaria. Es decir, hay que librarse de las definiciones meramente sociológicas que han caracterizado en los últimos años el estudio de los fenómenos ligados al surgimiento de una nueva espacialidad y una nueva temporalidad dentro de los contextos urbanos. De hecho, es preciso reinsertar tales consideraciones dentro de una argumentación que asuma la forma-metrópoli como constitución de un campo de fuerzas en transformación, atravesado por confines móviles, líneas de jerarquización y procesos de producción de nueva institucionalidad. Este campo es el escenario en el que se ha determinado la crisis de las formas tradicionales de gobierno producida por las luchas y por los movimientos y, al mismo tiempo, el terreno en el que se experimentan nuevas formas de captura y control, de inclusión y violencia.

En este sentido, lo que por lo común llamamos governance está inextricablemente vinculado al intento de trabajar sobre esta crisis. Cualquier visión lineal que asocie la governance a una especie de gobierno soft [blando], abierto a los procesos de democratización y pluralización de la sociedad, corre el riesgo de hacernos perder el cabo de la madeja. La governance interviene allí donde las formas tradicionales de gobierno ya no funcionan: ésta es su única condición de existencia. Desde este punto de vista, cuando hablamos de governance metropolitana, aludimos a ese conjunto de prácticas públicas que ven en la armonización de intereses irreductibles y heterogéneos la respuesta a la incapacidad para hacer que la decisión emane de un proceso previo de legitimación institucional. El languidecimiento de los mecanismos tradicionales de disciplinamiento social y de canalización de los intereses ha acabado, en la práctica, por hacer que las subjetividades mismas resulten opacas para la práctica de gobierno. En un cierto sentido, la governance constituye un esfuerzo por producir, de manera continuada y a través de geometrías variables y flexibles, subjetividades que se adecuen a la administrativización de la vida, donde los límites entre público y privado acaban por ser lábiles y escurridizos. Por completo superada queda la propia relación entre inclusión y exclusión. De hecho, lo que tenemos ante nosotros es la multiplicación de instancias de gobierno que ven en la capacidad incluyente y, al mismo tiempo, diferencial, disyuntiva, la condición de su funcionamiento.

Lo que por lo común se llama “giro securitario”, que, en efecto, ha impregnado la vida en no poca medida dentro del contexto urbano, responde en realidad, más que a un impulso neoautoritario del poder (de donde la reaparición, también en ámbitos de movimiento, del obsceno ritornelo sobre la fascistización), a la necesidad, ésta sí incontenible, de penetrar lo social, de hacerlo, ante todo, visible y administrable.

¿Qué quiere decir administrar una fuerza de trabajo como la metropolitana, cuando ésta resulta ser absolutamente irreductible al disciplinamiento tradicional? ¿Qué quiere decir administrar flujos urbanos en la época de su máxima desincronización? Este límite del gobierno, esta fragmentación que lo caracteriza, son fruto de un antagonismo creciente que ve, en la espacialidad y temporalidad metropolitana, terrenos de conquista y campos de batalla.

 
3. Gentrificación [gentrification] y constitución del territorio: la experiencia de ESC (Roma)

La experiencia de ESC se sitúa dentro de un territorio, San Lorenzo (Roma), atravesado de manera significativa por estas dinámicas. Barrio históricamente universitario, convertido en los últimos años en un auténtico territorio del consumo cultural. Frente a la concentración de intereses especulativos por parte del capital inmobiliario, que han provocado subidas vertiginosas de los alquileres y del coste de la vida, las comunidades históricas del barrio han reaccionado de manera cada vez más virulenta, promoviendo una auténtica “guerra contra los jóvenes”.

Por una parte, la valorización capitalista del territorio pasa por un proceso de polarización social muy significativo: la gentrificación suma a los flujos del capital inmobiliario la constitución de una high class [clase alta] creativa que modela el ambiente urbano. Por otra parte, las comunidades históricas de residentes, a través de formas de reterritorialización identitaria, han funcionado como punto de apoyo para la legitimación de dispositivos de control sobre el territorio y de segmentación de los flujos juveniles.

Hay que interpretar estos procesos en su carácter simétrico. En efecto, ambos se apoyan en la dinámica de desterritorialización general del barrio provocada por las formas de vida juveniles y estudiantiles. Formas de vida alternativas a las temporalidades del trabajo asalariado y que exceden la identidad momificada del propio barrio. En otras palabras, tanto la gentrificación como la resistencia comunitaria intervienen en ese espacio liso generado por las travesías nomádicas de formas de vida basadas en el valor de uso y en el rechazo del trabajo. La gentrificación es el intento de valorizar un espacio urbano redefinido por fuerzas productivas que, a través de medios de excepción, sacan beneficios y ejercen el control. El antagonismo creciente entre estas fuerzas y el intento de codificarlas en términos normativos y mercantiles ha producido la convergencia de sujetos públicos y privados unidos en la voluntad de reglamentar el espacio y el tiempo urbanos: instituciones locales, comunidades residentes, comerciantes, asociacionismo, partidos históricos de izquierdas y cuerpos de policía han dado vida, en la práctica, a una forma inédita de acción política transversal, produciendo una militarización del barrio y una acción de control puntual y continua de los flujos que lo atraviesan.

En este escenario, la acción desarrollada por un espacio okupado como el nuestro ha consistido en proponernos como catalizador de estas fuerzas (estudiantes y precarios) y activador de formas autónomas de institucionalidad. Cualquier vieja idea de arraigo territorial no sólo está superada, sino que es suicida. En el momento en que los mecanismos de jerarquización metropolitana ya no funcionan a través de la dialéctica entre inclusión y exclusión, sino a través de mecanismos de inclusión diferencial, el problema consiste en que los centros sociales entiendan qué tipo de papel son capaces de desempeñar.

En este marco, hemos asistido a dos tendencias en el panorama de muchos centros sociales italianos: integración en la jerarquía metropolitana y búsqueda de reconocimiento de su papel político-cultural, o la opción del gueto, también sumamente funcional a los mecanismos de inclusión diferencial.

El problema político que nos planteamos, entonces, es cómo saturar los mecanismos de governance, cómo construir una batalla no en un afuera imposible, sino dentro y contra los mecanismos de inclusión diferencial. Cómo reapropiarse de lo público y determinar un poder de mando colectivo (instituciones de lo común, como lugar de organización de la fuga y de la ruptura). Cómo intervenir sobre las fronteras, en tanto que espacio de la resistencia, de la subversión y del éxodo.

 
4. La organización metropolitana, entre composición técnica y política

La metrópoli es un espacio opaco, no indistinto. En este sentido, construir una imagen política de la metrópoli quiere decir trazar una cartografía de las líneas jerárquicas que la atraviesan y de los diferentes potenciales que la exceden y que la constituyen como cuerpo vivo. La idea romántica de la sociedad civil contrapuesta al poder nos resulta muy poco útil en este contexto. Por el contrario, es preciso sumergirse en la composición metropolitana para identificar en su heterogeneidad irreductible los puntos de aplicación de una acción política posible, reconocer dentro de las tramas jerárquicas del tejido biopolítico las producciones de subjetividad, su diferente capacidad de inaugurar escenarios de generalización, de incidir con éxito en los puntos de ruptura y de producir institucionalidad autónoma. Éste es el tormento.

¿Cómo se puede dar un vuelco a las dinámicas de inclusión diferencial, a los procesos de jerarquización de la fuerza de trabajo posfordista, para que se conviertan en puntos de ataque?

Con este fin, nos parece útil volver a hacer uso de la distinción operaista [obrerista] entre composición técnica y política de la clase. En términos esquemáticos, podemos definir la composición técnica como la estructuración capitalista de la relación productiva, por lo tanto, como ese conjunto de procesos organizativos, técnicos y jurídicos que definen la forma de la actividad laboral; y, como composición política, las formas de subjetivación del trabajo vivo por las cuales el capital se ve obligado a reestructurar y modificar constantemente el proceso de explotación. Hay que recuperar esta distinción sobre todo para redefinir sus términos de manera radical: las dinámicas que caracterizan el capitalismo cognitivo nos obligan, en efecto, a repensar a fondo nociones forjadas a partir del trabajo de fábrica y de la subjetividad obrera. ¿Qué quiere decir hoy composición técnica, cuando las dimensiones social, cognitiva y antropológica se hacen cada vez más centrales en las formas de prestación laboral? Y ¿cómo definir la composición política una vez que se ha asumido la excedencia estructural de los conflictos con respecto al estrecho perímetro del trabajo prestado en términos formales? Este artículo no responderá a estas preguntas. Nos interesa únicamente insistir en la centralidad que, a nuestro juicio, debe cobrar la relación entre estas dos dimensiones dentro del análisis de los conflictos metropolitanos. El problema, en otros términos, es reconstruir este nexo.

A decir verdad, el debate de movimiento, por lo menos en Italia, parece oscilar entre dos posiciones contrarias. Por una parte, la definición de la subjetividad descansa en una especie de absolutización de la composición técnica. La subjetividad se podría reducir sin más a su definición sociológica: la estructura del mercado de trabajo posfordista sería la que produciría los sujetos antagonistas. En este sentido, expresiones como cognitariado, migrariado, precariado, creative class [clase creativa], etc., etc., comparten, todas ellas, la idea de que la estructura técnica constituye la base a partir de la cual se produce la subjetivación. El riesgo ligado a estas posiciones radica, por una parte, en naturalizar las jerarquías presentes en el mercado de trabajo, cuando estas jerarquías funcionan precisamente como instrumento capitalista de conminación disyuntiva dentro de los procesos productivos; por otro lado, en dejar el proceso de subjetivación simplemente como prerrogativa de la acción de la conciencia, que incidiría sobre una identidad ya estructurada a la que le faltaría, sin embargo, la conciencia política. Esta conciencia, por lo demás, coincide casi siempre con una mera demanda de reconocimiento (de competencias, estatus social y económico) dentro del mercado.

Por otra parte, encontramos en cambio posiciones que calan la definición de subjetividad enteramente sobre la composición política. En este caso, la subjetividad coincide con el momento de su sublevación: el conflicto desplegado es el único criterio de definición y de análisis posible. Lo que define la subjetividad es el acontecimiento, en su trascendencia. Estas posiciones tienen el gran límite no sólo de desencarnar a los sujetos de las relaciones de producción y explotación, sino también de no decir nada sobre lo que hay antes y después del propio acontecimiento. No dirigen lo suficiente la atención hacia la “posibilidad” y la “continuidad” de la producción de subjetividad y del propio acontecimiento. Éste es el riesgo que encierra una definición de multitud desvinculada de su ser redefinición del concepto de clase. Así pues, estas posiciones, en ausencia de momentos de conflictividad significativos, caen en la tentación de desarrollar un discurso sobre la organización enteramente centrado en las comunidades militantes existentes.

Desde nuestro punto de vista, en cambio, el problema de la organización metropolitana se sitúa precisamente dentro de la relación, problemática y compleja, entre analítica de los poderes y producción de subjetividad, composición técnica y política. El problema de la definición de la subjetividad deberá, pues, atender a aquellos procesos que exceden la estructura de la jerarquía, trazando líneas de composición posibles. El trabajo político desarrollado dentro de la Universidad no es, pues, un mero fruto de la condición social de quienes atraviesan ESC, sino, por el contrario, una apuesta sobre un nudo central de redefinición de la relación entre constitución y segmentación de la fuerza de trabajo posfordista y acumulación de fuerza subjetiva. Nosotros estamos ya dentro de las condiciones de posibilidad de la transformación: por fortuna, todas las hipótesis de vanguardia externa viven desde hace tiempo su ocaso. Sin embargo, estas condiciones no se identifican con nosotros como subjetividad constituida: los militantes políticos están totalmente insertos en la composición de la multitud, pero “todavía” no son la composición de la multitud. En esta diferencia y en esta distancia, debe plantearse, a nuestro juicio, el problema de la organización y de la “clase por venir”.