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12 2023

Para Toni. Un primer recuerdo muy personal

Sandro Mezzadra

Traducido por Kike España

Es difícil escribir sobre Toni Negri el día de su muerte. Al menos es difícil para mí. Demasiadas imágenes se agolpan en mi mente: las vacaciones que pasamos juntos, los viajes a América Latina, los interminables encuentros y discusiones, pero también las primeras lecturas de sus libros, Dominio y sabotaje, por supuesto, y luego Del obrero-masa al obrero social, justo después del 7 de abril de 1979. Y recuerdo bien ese día, cuando me enteré por la televisión, de camino a casa desde el colegio, de que el líder de las Brigadas Rojas había sido finalmente detenido. Es bien sabido que de lo que se presentó como el «teorema Calogero» no quedó nada después de los juicios. Lo que quedó, sin embargo, fueron vidas rotas y los interminables años de prisión preventiva, que Toni compartió con cientos de sus camaradas.

Quisiera esbozar aquí un primer retrato de Toni, muy personal y sin duda totalmente parcial. Lo haré destacando lo que, al menos a mis ojos, definía su singularidad, al tiempo que lo distinguía de much*s intelectuales radicales que he conocido a lo largo de los años en distintas partes del mundo. Baste por ahora mencionar dos aspectos de su persona y de su vida que siempre me han llamado la atención.

La primera es la inagotable curiosidad intelectual y política, que, si cabe, ha crecido con los años. Por descontado, es normal que ocurra lo contrario, que sobre todo quienes tienen a sus espaldas una experiencia importante y una producción intelectual respetable se vuelvan complacientes en la gestión de lo que han acumulado con el tiempo. Con Toni esto no ha ocurrido nunca, más bien al contrario. La curiosidad, el afán de saber, el deseo de aprender de lo nuevo le acompañaron hasta los últimos días de su vida. Y si algo puso de relieve fueron los límites de su propio trabajo, instando a amig*s y compañer*s a no detenerse, a ir más allá de los supuestos y paradigmas establecidos. Ya fuera hablando de plataformas digitales, migraciones masivas, desorden mundial, Toni nunca se conformaba con lo que le contaban (o lo que leía), siempre quería entender más y mejor.

El segundo aspecto consiste en la pasión política, también insaciable. Especialmente después de Imperio, no eran infrecuentes las invitaciones a prestigiosas universidades e institutos de todo el mundo, y tampoco escaseaban los honores. Toni veía esto último unas veces con fastidio, otras con ironía, aunque desde luego no desdeñaba la confrontación en los círculos académicos. Pero lo que realmente le cautivaba era la posibilidad de encontrarse con un movimiento real: entonces la expresión de su rostro y el tono de su voz cambiaban, señal de que iba en serio. Ver a Toni, pasados ya los ochenta años, sentarse en las frías salas de los centros sociales y discutir durante horas sobre las nuevas formas que adopta la lucha de clases es una experiencia que, desde luego, no viví solo yo. Para él era normal: no creo que lo sea para much*s intelectuales de su talla.

Al fin y al cabo, las dos cosas que mencioné no son más que dos aspectos de un mismo deseo que Toni llamó comunista. Lo que llamaba curiosidad no era más que una tensión por comprender el mundo para transformarlo, a partir de la identificación de las tendencias que lo recorren, de los antagonismos que lo marcan y de las subjetividades que se forman en y contra los regímenes de explotación. Y cada ocasión de encuentro con los movimientos reales era para él al mismo tiempo una ocasión de conocimiento. Forjada en las luchas obreras de los años sesenta, esta naturaleza política de Toni se afinó en el eje definido por las obras de Maquiavelo, Spinoza y Marx, para luego renovarse y enriquecerse continuamente en la confrontación con los movimientos de los últimos cincuenta años. Me parece que lo que él habría llamado, en su clasicismo, la ontología plenamente política de la vida que vivió, es uno de los legados más preciosos de Toni.

Al concluir el tercer volumen de su autobiografía (Historia de un comunista), Toni hablaba con serenidad de su muerte. Sin embargo, se muestraba menos sereno ante un mundo en el que veía resurgir el fascismo. Comentó: «Debemos rebelarnos. Hay que resistir. Mi vida se va, luchar después de los 80 se hace difícil. Pero lo que me queda de alma me lleva a tomar esta decisión». Reconectándose con muchas generaciones de hombres y mujeres virtuos*s en el «arte de la subversión y de la liberación» que le han precedido, no olvidó —con el optimismo de la razón que siempre le ha caracterizado— mencionar a «l*s que vendrán después». La ontología política de Toni se revela en este arte: lo guardaremos como un tesoro, seguiremos ejerciendolo.


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