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09 2016

Instituir en el umbral

Francesco Salvini

Traducción: Kike España Naveira

¿Cómo puede un lugar en el que han ocurrido cosas tan horribles en el pasado ser hoy un espacio que desencadena proyectos hermosos? Esta cuestión, planteada por un miembro de la cooperativa social Agricola Monte Pantaleone mientras comentaba el mapa del Manicomio de Trieste tal y como fue construido en 1907, establece claramente el tema de la invasión que quiero abordar aquí, con el fin de desafiar un entendimiento dicotómico que opone la reproducción institucional a la transformación institucional y para afirmar la invasión como práctica en el borde entre reproducción y transformación; pero también, más allá del cambio, como práctica de transición y regulación.

Unas palabras para un diagrama de la trayectoria del proyecto basagliano: en Trieste, en 1971 hay 1300 internados, a quienes la libertad y la dignidad son denegadas, sobre quienes la violencia y la tortura están permitidas. Más de cien mil en Italia. Del manicomio se sale con los pies por delante. En 1981, después de 10 años con Franco Basaglia y su equipo, y después de la reinvención radical de la psiquiatría que lideraron, la legislación italiana garantiza el cierre de todos los manicomios; se prohíbe el internamiento; se reconocen los derechos sociales y políticos a los “locos”. En Trieste el manicomio cierra de verdad y el Parque de San Giovanni abre en su lugar. Centros en cada distrito de la ciudad están abiertos las 24 horas del día, con camas y con puertas abiertas (para entrar y salir) (Mezzina, 2000). Desde el 1991, se organizan decenas de cooperativas sociales con el apoyo del Departamento de Salud Mental; así como becas de formación, presupuestos comunitarios, mecanismos de ayuda económica. Hay apartamentos, servicios de barrio y mecanismos para la integración familiar o la vida independiente de los usuarios. Además, en el sistema sanitario general, una serie de servicios de asistencia local y salud pública son el resultado de la invasión basagliana en la práctica médica general, especialmente a través de la salud territorial.

Hoy en Trieste uno se pierde en un lugar físico, social y mental constituido en los últimos 40 años de luchas, a través de fronteras, historias, vidas, prácticas, objetos, lugares. Siempre luchas plurales: por los derechos civiles de los locos, por la liberación de las subjetividades, en contra de la marginalización y el estigma, por la autonomía y la independencia, por el derecho a irse y a quedarse, a favor y en contra de los medicamentos, sobre saberes y prácticas, sobre el status de las personas y de los lugares, para poner o quitar cosas, para desobedecer o escribir leyes, para hacer o gastar dinero. Siempre cuerpos múltiples: locos, políticos, soñadores, desesperados, activistas, expertos, creyentes.

Ésta invasión múltiple y plural del estado del bienestar plantea una cuestión crucial para nuestro presente: ¿Cómo pueden contribuir las instituciones a constituir nuevas posibilidades para la vida social en la crisis actual? No se trata de definir el estado del bienestar de una forma descriptiva o normativa, sino de analizar e intervenir transversalmente sobre el efecto que el estado tiene en la vida de la ciudad y comprometerse con la "posibilidad instituyente" que desafía la lógica molar de lo instituido, hacia un nuevo conjunto de interacciones sociales, dentro y a través de las instituciones, a diferentes niveles, pero conectados entre sí.

He estado tratando de abordar esta cuestión de la intervención a través de diferentes palabras y diferentes mundos. Invención, invasión, transición, así como, Quito, Barcelona y Trieste han sido los lugares materiales y conceptuales (si es que esta línea divisoria puede ser dibujada) para analizar y articular una posibilidad de transición. La lente de la invasión puede ser útil para mirar el espacio institucional, no solamente en términos molares, también para imaginar una práctica de transformación de las dinámicas moleculares de la institución que afecte su funcionamiento en general y de forma duradera.

En el espacio abierto hoy por la posibilidad de una gestión radical de los servicios sociales y las políticas públicas a nivel local, como en los municipalismos españoles, es necesario transferir la dimensión instituyente de las políticas y de las prácticas en el umbral de los servicios públicos.

La intervención en el estado no puede ser sólo vertical, a lo largo de una línea de representación civil, que interviene en el estado a través de normas y desde ahí a la sociedad real. El desafío es enlazar la práctica crítica a una operatividad material. Para poner el general intellect a trabajar y producir prototipos que puedan desequilibrar el gesto serio de la institución.

En este sentido, trato de posicionarme en el límite de la institución, donde es posible construir dispositivos de composición, el umbral donde puede empezar la invasión, el lugar donde la transición puede convertirse en irreversible. Lo que está en juego son los procedimientos y los protocolos que pueden mantener abierto el espacio de la institución, no sólo como un desafío de transparencia, de acuerdo al cual aquellos que están fuera del palacio pueden ver lo que pasa dentro, sino más bien para permitir una invasión permanente que instituya nuevas formas de hacer.

La materialidad del umbral puede ser el lugar para llevar a cabo la demanda de Henri Lefebvre por una aproximación ecológica a la producción de la ciudad. Se trata entonces de poder percibir y componer la ciudad, convirtiéndose en fuerzas de producción urbana y contrastando otra concepción de la producción de las políticas públicas urbanas en cuanto sistemas de significaciones que intervienen "sobre la realidad".

Esta posibilidad de inventar otra práctica institucional, de influir en la vida social, es el lugar que investigo aquí, fijándome en los servicios de salud territorial en Trieste, porque las prácticas de la atención sanitaria de esta ciudad constituyen una experimentación radical de participación, no solo como práctica deliberativa sobre qué es lo que tiene que hacer el estado, sino como una práctica que instituye nuevas formas de hacer. De hecho, en palabras de una de las trabajadoras de la salud con las que trabajé en Trieste, uno de los elementos distintivos de las prácticas territoriales de la asistencia sanitaria es la producción de servicios sin-umbral. Un espacio de contacto con el estado donde la codificación de "provisión" y "servicio" no existe, un lugar donde todo el mundo tiene acceso y donde se intenta abordar cualquier necesidad.

En los Programas Micro-Área – una serie de intervenciones en varios barrios vulnerables en los que los programas de asistencia sanitaria, los servicios sociales y la provisión de vivienda interactúan entre sí e involucran redes sociales locales en el diseño de micro políticas públicas de cuidado – la función del trabajador público no está prescrita por una serie de límites y deberes, a través de los cuales incluir al ciudadano en el servicio: como parte del estado, como beneficiario objetivo de recursos, atenciones, beneficios. Por el contrario, la historia singular se construye a sí misma como narrativa, se constituye a sí misma como espacio: podría ser una mujer que vive sola recuperándose de alguna intervención médica; no puede andar adecuadamente, pero no quiere estar en una residencia de rehabilitación durante ese período. Entonces la trabajadora1 de la Micro-Área empieza a imaginar una serie de recursos que pueden ser activados como respuesta a la situación, a través de las redes públicas y sociales del estado del bienestar y de las instituciones públicas, así como a través de las redes empresariales y sociales de la ciudad. Para hacer esto, la trabajadora tiene que lidiar con una serie de niveles y protocolos, permisos y jerarquías, lógicas y valores, y encontrar su camino a través de diferentes agentes, aliados, herramientas.

En otras palabras la producción de provisión ocurre en este umbral, como un dispositivo que destituye e instituye una práctica. En una conversación informal una trabajadora explica que el umbral no existe: el servicio está ahí, el espacio está ahí para ser habitado. El límite del estado está en disputa de manera concreta, a través de la producción de umbrales de invasión que, en lugar de individualizar al ciudadano en relación con el estado, constituyen un éthos colectivo hecho de responsabilidad, reciprocidad e inclusión.

Un éthos colectivo que invade el estado y desafía la estabilidad de la práctica institucional previa. La trabajadora de la Micro-Área llama a los servicios sociales de apoyo doméstico, de hecho llama a una persona específica que pueda ser más sensible a la hora de encontrar una solución; a través de este contacto, puede poner en marcha a los jóvenes del "servicio de solidaridad", estudiantes de la escuela secundaria que reciben una pequeña beca municipal para contribuir a redes locales de apoyo mutuo; hablan y se ponen de acuerdo para tener un encuentro con la mujer y ver cómo pueden ayudar; al mismo tiempo las tiendas del barrio pueden llevarle la compra, y la trabajadora avisa a quienes se ocupan del huerto de su bloque, para que puedan recoger sus frutas y verduras, y comprobar cómo está cada mañana. Al mismo tiempo, la trabajadora se preocupa de mediar con el Servicio de Rehabilitación y de traducir la práctica profesional del cuidado médico a la complejidad de la vida cotidiana del ciudadano: a lo mejor la Micro-Área ofrece usar la camilla en su oficina para las visitas y guardar instrumentos específicos (y públicos).

El límite artificial entre la sociedad y el estado se difumina a través de la adopción de estas prácticas; así como lo hace el límite que separa la gestión individual de la gestión social de un problema, o dicho en otros términos, las barreras de la producción social del cuidado. El umbral es un espacio donde el proceso de cuidado deja de ser sobre una persona y empieza a ser un agenciamiento de cosas, prácticas y afectos, el lugar de las prácticas médicas pero también el límite de la institución. El umbral es la materialidad de la esterilla y el modo en que se puede transformar el límite institucional en una orilla abierta. Entrando fuera y saliendo dentro, ¡como escribieron en una pared en Trieste durante la reforma radical de los Setentas!

Y, de hecho, esta materialidad del umbral como orilla abierta es una dimensión crucial en la historia basagliana de Trieste. Si nos fijamos en el desmantelamiento de los pabellones en los Setentas y, en la misma década, en la creación de centros públicos de salud mental abiertos las 24 horas, pero también en la constitución de cooperativas, el desarrollo de bancos de tiempo y mecanismos de apoyo económico así como en la producción legislativa para la destitución del manicomio, está claro que el desmantelamiento total de la institución ha sido material, no simbólico.

La destrucción de las cerraduras y las rejas, renunciar a los espacios del manicomio, traspasar la puerta, así cómo construir espacios institucionales siempre-abiertos en la ciudad es algo que no implica solamente la destrucción de la forma represiva propia de la institución psiquiátrica. Se trataba de romper la institucionalización de la vida, construida a través de la producción de la salud como sistema, de la medicina como conocimiento. La destrucción del lugar, como dice Franco Basaglia, es el límite por habitar a fin de producir otro lugar juntos: con los internados, con las trabajadoras, con los enfermeros. No se trata de abolir una reja, se trata de destruirla, en el sentido más material del término. La desinstitucionalización radical del Hospital Psiquiátrico de Trieste en los setenta es, ante todo, una práctica de violencia, una reapropiación del riesgo del incidente por aquellos a quienes se les niega su capacidad para actuar y la responsabilidad de sus acciones, confinándoles en el ámbito de la "fuerza de las cosas".

En la concepción basagliana de la transformación institucional, el problema de la gestión es el problema del incidente, en el sentido de cómo romper las restricciones que limitan la responsabilidad de los usuarios, pero también de cómo hacer de esta libertad algo duradero y sostenible. En los conocidos comentarios sobre la carta de renuncia de Frantz Fanon en un departamento de salud mental en Argelia, Franco Basaglia afirma que, en un tiempo en el que la revolución "por razones obvias" no es posible, "nos vemos obligados a gestionar una institución que negamos".

La imposibilidad de revolución es una imposibilidad institucional: si se quiere lidiar con el sufrimiento de las personas detenidas en el manicomio, la desinstitucionalización no puede ser una práctica de destrucción seguida sólo en una segunda etapa por una nueva producción. En palabras de Franco Basaglia, la comunidad terapéutica estadounidense siguiendo la crítica radical de Erving Goffman ha acabado produciendo mercado, clase, individualismo: abandono y miseria. En Inglaterra, el movimiento antipsiquiátrico "ha dejado a gente atrás", aquellos incapaces de escapar de la institución pública y participar en las comunas de Ronald Laing y David Cooper (Crimini di pace, cf. Guattari en Molecular Revolution).

Por el contrario la cuestión es cómo destituir e instituir, destruir e inventar. Destruir el manicomio y la locura como institución, pero también ser capaz de preservar una serie de capacidades de la institución. La psiquiatra Giovanna del Giudice de Trieste habla de estos derechos de refugio y asilo como un intento colectivo de tomar el espacio para constituir una práctica social de emancipación. Inventar la institución como una organización social de saberes, instrumentos, recursos, lugares y tiempos, inmersos en la ciudad y capaces de respaldar este proceso en la libertad constitutivamente difícil de la vida urbana (Mariagrazia Giannichedda en Basaglia 2005).

"Percibir y componer" la ciudad, sería la forma lefebvriana de decirlo. De hecho, en este límite entre violencia y gestión, Trieste plantea la cuestión del cambio en una serie de relaciones políticas y éticas que son directamente urbanas, porque destruir la institución no es suficiente si no hay otra invención que habite y componga un nuevo lugar, donde lo anterior haya sido destituido.

Este es el caso del Parque de San Giovanni. El parque abre donde cierra el manicomio y ocupa esta invención institucional a través de la compleja interrelación de diferentes formas de vida e iniciativas: no sólo la universidad, el sistema sanitario y otras instituciones públicas, sino también cooperativas, plantas, festivales, bancos para sentarse, campañas, asociaciones. La ecología del parque crece y entra en una ecología política urbana más amplia, porque está inmersa en la ambivalencia de la vida urbana, en la difícil libertad de la ciudad.

El parque es de nuevo un umbral donde la naturaleza y la ciudad están siempre presentes, tierra y contratos, jardineros y agua, sierras y amantes y cinco mil rosas: "pero cinco mil rosas siguen sin estar, y para mí son la señal de la ciudad que es todavía incierta, son la cifra de lo que es posible, de lo que no se ha vuelto verdad en esa vida verdadera que queríamos vivir, para nosotros, para los locos, sufrientes hermanos y hermanas con los que hemos hecho un largo camino. Un camino que nos ha llevado lejos, pero no tan lejos como esperábamos llegar (aunque mucho más lejos de lo que sus señorías hubieran podido imaginar). La rosa que todavía no existe llama otro tiempo, otra generación, otra energía, otro amor. Del que nadie puede hoy, sin duda, especialmente hoy, hacer ninguna profecía: una profecía hecha de hombres y mujeres que puedan mirar, y escuchar, y tocar, y oler, y usar todos sus sentidos, y cultivar los signos concretos que salen de ellos: capaces de escuchar el rumor de la vida, y tocar la tierra, y bañar las rosas, y cambiar las cosas." (Franco Rotelli, 2015)

En la invención de estas cinco mil rosas "por venir" hay otra dimensión del umbral que me gustaría abordar aquí: un umbral temporal que es al mismo tiempo un desafío contra el futuro inevitable y una posibilidad para una transición irreversible. Dicho de otro modo, hay una dinámica ambivalente entre transformación y durabilidad: la habilidad de hacer la tradición inestable y la posible transición duradera.

Esta es la lucha que está ocurriendo alrededor de una serie de protocolos y prácticas, reglas y leyes: no sólo es el intento de producir una nueva ley italiana para la salud mental y, a nivel local, concretar una ley regional que reafirma el entendimiento social del cuidado y la salud, determinando obligaciones en la definición presupuestaria, y una reorganización profunda del sistema sanitario en general. Es también una lucha acerca de los protocolos y los mecanismos para integrar los servicios sociales y de salud con prácticas sociales, redes locales, dinámicas comunitarias, y además lidiar con todas las contradicciones que estas prácticas conllevan. Lo que realmente importa sin embargo es cómo estas leyes y protocolos pueden afectar al umbral, cómo pueden modificar el efecto del estado en la puerta de la Micro-Área, allí donde la institución se vuelve molecular, donde los trabajadores, usuarias, ciudadanos se encuentran, inventan, actúan en conexión con una serie de herramientas, a través de un catálogo de prácticas, de acuerdo a una serie de protocolos. En palabras de Franco Rotelli, el intento no es el de hacer de la institución un lugar utópico, el espacio mismo de la emancipación, sino más bien pensar cómo las diferentes y ambivalentes prácticas de los que viven dentro y a través de la institución pueden contribuir a fortalecer una práctica social de emancipación. Cómo apoyar, fortalecer y enriquecer la reproducción social autónoma de una ciudad que cuida.2


Bibliografía

Franco Basaglia/Franca Basaglia Ongaro (Hg_innen.) (1975), Crimini die pace. Ricerche sugli intellettuali e sui tecnici come addetti all'oppressione. Torino: Eunadi.

Maria Grazia Giannichedda (2005) en: Franco Basaglia, L’utopia della realtà, hg. v. Franca Basaglia Ongara. Torino: Eunadi.

Félix Guattari (1977/1984), Molecular Revolution: Psychiatry and Politics. London: Penguin Books.

Roberto Mezzina (1997/2000), The Trieste Mental Health Department: Facilities, Services and Programs. http://www.triestesalutementale.it/english/doc/mezzina_2000_trieste-mhd.pdf.

Franco Rotelli (2015), L'istituzione inventata/Almanacco Trieste 1971-2010. Merago: Edizioni Alphabeta.

 

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1 La gran mayoría de personas que participan en los equipos de asistencia del Microarea son mujeres, incluyendo trabajadoras, ciudadanas, usuarias y otras participantes.

2 He lidiado con algunas de estas cuestiones en: L'Internationale online blog, http://www.internationaleonline.org/people/pantxo_ramas.