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04 2008

Crítica paradójica

Ulf Wuggenig

Traducción de Raúl Sánchez Cedillo

Toni Negri señalaba, en un trabajo que permite conocer su tratamiento de diferentes corrientes teóricas, que ya en el año 1987 se topó con el lema «De la sociología crítica a la crítica de la crítica» en un trabajo de Luc Boltanski y Laurent Thévenot[1]. Aunque la idea le pareció absolutamente interesante, se preguntaba al mismo tiempo si no se trataba de un simple juego de palabras. La formulación cobró otro enunciado a principios de la década de 1990, poniendo de manifiesto que se trataba de una lucha de paradigmas: «De la sociología crítica a la sociología de la crítica». La fórmula fue utilizada en Francia principalmente por Luc Boltanski, Laurent Thévenot y Nathalie Heinich, todos ellos antiguos colaboradores/a de Pierre Bourdieu. Bruno Latour, por lo demás un pensador más original, se sumó en este asunto a aquella asociación, lo que sin duda no dejó de aumentar su importancia[2].

Mientras que Nathalie Heinich concede con este enfoque un lugar nada despreciable a la transición de una teoría normativa a una descriptiva, representando de tal suerte un polvoriento enfoque positivista, orientado al postulado de la libertad de los juicios de valor[3], no es éste el caso ni de Latour ni de Boltanski. Este último explica, en un artículo publicado después de su estudio sobre el nuevo espíritu del capitalismo, que sólo tenía en mente un abandono pasajero de la posición de sociólogo crítico[4]. De todos modos, Latour dejó claro desde el principio que él se orientaba a figuras distintas de la «sociología crítica». A su juicio, la crítica emprendida por la «sociología crítica» condujo a una lucha contra los falsos enemigos[5]. Toda vez que la expresión «sociología crítica» es poco común en los campos sociológicos alemán y anglosajón, dominados por el empirismo, sobre todo si se tiene en cuenta que por añadidura el correspondiente espíritu crítico apenas existe en los citados campos, tal vez no resulte ocioso señalar que con la expresión «sociología crítica» se hace referencia en Francia principalmente a Pierre Bourdieu y a su escuela. Así, pues, con la sociología de la crítica se trata principalmente de un ataque al paradigma «campo-capital-habitus» de Bourdieu, por un lado desde un punto de vista positivista y, por otro lado, desde posiciones que, con los procesos de etiquetado del campo de las ciencias, son conocidas como sociología pragmática, teoría del actor-red y como economía de las convenciones. Desde el punto de vista de la teoría del campo no cuesta entender tales ataques si se tiene en cuenta que Bourdieu fue adquiriendo progresivamente una posición dominante. Sólo los trabajos del Michel Foucalt son citados hoy con mayor frecuencia que los de Bourdieu[6].

En lo que atañe a la reconstrucción de la crítica de la sociología crítica, me centraré ante todo en el inventor de la idea de una «sociología de la crítica», esto es, en Luc Boltanski, sin renunciar del todo a referirme a otras posiciones. Boltanski establece además una distinción neta entre su enfoque y el de otras variantes de la «teoría crítica», tanto de las de tradición marxista como de la Escuela de Francfort, así como de aquellas de la tradición nietzscheana. No obstante, en este artículo la sociología y en particular la teoría de Bourdieu serán mi principal punto de referencia. En su momento, ya Negri señaló que, desde el punto de vista filosófico, el enfoque de Boltanski no llegaba demasiado lejos.

Boltanski no relaciona el concepto de «sociología crítica» con la última fase de Bourdieu, es decir, con el periodo en el que tuvieron lugar intervenciones políticas tales como La misère du monde, apariciones en televisión dirigidas contra la industria cultural o los discursos y ensayos contra el neoliberalismo y el imperialismo estadounidense, contra los intelectuales mediáticos y de turno, que hicieron de Bourdieu el «último intelectual sartriano» de Francia[7]. Boltanski, que manifiestamente no aprobaba esas intervenciones, establecía más bien una distinción entre una obra «importante y susceptible de discusión» de Bourdieu y la orientación de la década de 1990 que él designa como fase «agit-prop»[8], en la que se incluyen  no obstante escritos tan importantes como Méditations pascaliennes o Les régles de l'art.

Boltanski apuntaba más bien a la médula teórica de la sociología crítica, que ya había sido formulada con anterioridad[9]. A juicio de Boltanski, un primer teorema ejemplar de esa médula teórica reza del siguiente modo: «La sociología destapa el autoengaño, el contexto de ilusiones [...] alimentado colectivamente, que en todas las sociedades cimenta los valores más sagrados y por ende la existencia social». Para Boltanski, el «proyecto de desacralización» asociado al mismo constituye el núcleo de una sociología crítica, para la cual «todo es creencia y nada más que creencia». A lo que se agrega un axioma que se remonta a la década de 1960: «Toda posibilidad de ejercicio simbólico del poder, esto es, toda forma de poder que consigue imponer significados, imponiéndolos como legítimos mediante la ocultación de las relaciones de fuerzas que fundamentan su poder, refuerza esas relaciones de poder»[10].

Contra tales supuestos, Boltanski objeta que las competencias críticas y las críticas expresadas por los actores mismos o articuladas en el plano de los comportamientos también han de ser tomadas en serio. Algo que con arreglo a tales supuestos no es posible, en la medida en que establecen una rigurosa separación entre el saber científico y la doxa, el common sense y las ideas preconcebidas. Desde la perspectiva pragmática de Boltanski, todos los actores tienen a su disposición posibilidades de crítica, disponen –aunque en diferente medida– de recursos críticos que emplean de forma prácticamente ininterrumpida en su vida social cotidiana. La sociología crítica es indiferente a los valores que los actores reclaman para sí mismos, y por ende no están en condiciones de observar y analizar precisamente los argumentos y las "indirectas" críticas que las personas "normales" intercambian en el curso de sus disputas.

La sociología de la crítica, tal y como la entiende Boltanski, se opone a las aproximaciones teoréticas a la sociología como la filosofía social, que tienden a reducir la exigencia de normas al plano de los conflictos de intereses entre grupos, clases o individuos, negando toda autonomía a esos conflictos y considerándolos, por el contrario, tan sólo como una forma encubierta de relaciones de poder. La «sociología pragmática» de Boltanski rechaza el modelo de los «agentes» que se encuentran en un permanente estado de mentira, disimulo o esquizofrenia. En este contexto, en su trabajo en colaboración con Eve Chiapello[11] hace referencia, en tanto que ilustración adicional de esa posición teórica, al primer principio de los «Principios de una teoría de la violencia simbólica» de Bourdieu.

Boltanski defiende a las «personas normales» contra ese tipo de supuestos, considerándoles no «agentes», como Bourdieu, sino actantes. A diferencia de las concepciones de la sociología crítica, la crítica procedente de los actores mismas ha de ser tomada en serio. Latour llega a expresar una idea parecida en forma de reivindicación del abandono de la sociología clásica y de su asimetría entre aquel que investiga y aquellos que actúan, basada en el supuesto de que aquel sabe más que los actores[12]. En consecuencia, estos puntos de vista intentan anclarse por debajo de la conciencia de los actores y descubrir fuerzas y leyes dentro de las estructuras que se sustraen a los actores. Sólo puede abordar los valores y los ideales morales considerándolos como ideologías o como doxa, como productos del poder simbólico, como ajustes más o menos hipócritas de las relaciones de poder. Por el contrario, una sociología de la crítica, tal y como la entiende Boltanski y que también se considera como una «sociología moral», presupone una relación con los ideales.

A juicio de Boltanski, para llegar a una sociología de la crítica desde una sociología crítica no se trata de adoptar un punto de vista interno cada vez más estrecho que refleje, por ejemplo, la propia posición del investigador en un campo o su implicación con el objeto de investigación. Antes bien, lo que resulta decisivo es adoptar un «punto de vista externo» cada vez más amplio. Lo que recuerda a los filósofos utilitaristas que postulaban un observador externo imparcial, pero también a John Rawls, cuando Boltanski  sostiene que ejercer la crítica significa apartarse de la acción y adoptar un punto de vista externo desde el cual la acción puede ser observada desde una perspectiva diferente.

Boltanski dio un primer paso en dirección a una sociología de la crítica en la década de 1980 en el marco de una investigación de las acusaciones en forma de cartas de los lectores de Le Monde. La investigación versaba sobre las condiciones bajo las cuales Le Monde recogía las acusaciones y las publicaba en un formato editado[13]. No basta, por ejemplo, que un accidente sea presentado como injusto o que se exprese indignación. Los acusadores deben, por ejemplo, dar la impresión de que no representan intereses particulares. Deben prestar atención a las maniobras encaminadas a exagerar el problema, pero sin resultar ridículos. El descubrimiento de que a los actores no les resulta difícil orientarse con arreglo a figuras de interpretación  similares a las utilizadas por la sociología crítica cuando ésta destapa intereses particulares ocultos, contradice, a juicio de Boltanski, la afirmación de una radical discontinuidad entre las percepciones de las personas normales y la realidad del mundo social. Esto le lleva además a la conclusión de que debe abandonarse el postulado de asimetría entre los investigadores y los investigados y por ende las pretensiones de exclusividad de la ciencia positiva y al mismo tiempo crítica. Mientras que para la sociología crítica, la ilusión es una condición de posibilidad del orden social, la sociología pragmática concibe los procesos de crítica como un momento interno del orden social. Se esfuerza en poner de relieve las condiciones de posibilidad de la crítica. En vez de ilusiones, analiza acusaciones. Desde la perspectiva de Boltanski, no nos encontramos en una «sociedad de la ilusión», en la que el orden social se basa en el autoengaño de casi todos sus miembros, sino en una «sociedad crítica» que cuenta con una multiplicidad de sujetos críticos. Las acciones de las personas no son concebidas ni como una realización de posibilidades dentro de determinadas estructuras, ni como una expresión de la ejecución de un programa predeterminado, como sucede con la fundamentación de un concepto de disposición como el de «habitus» considerada desde la perspectiva de la sociología pragmática. Además, se lleva a cabo una aproximación a la cuestión del orden social en la que éste no se ve reducido a un juego de fuerzas en el que los actores no pueden ejercer influencia alguna. Se pone así de manifiesto que con la sociología de la crítica estamos ante una variante de un programa voluntarista que concede a los actores considerables competencias y libertades. 

La crítica en forma de acusaciones es concebida como un choque de principios heterogéneos del orden social o político. La sociología de la crítica investiga las correspondientes descripciones de situaciones desde el punto de vista de las construcciones del bien común en las que se basan. Este enfoque desemboca en el modelo de órdenes o lógicas de la justificación desarrollado con el economista y estadístico Thévenot y denominado de las «ciudades» [cités]. Tras su fundamentación teórica en Économies de la grandeur y De la justification, este enfoque de derivación de un punto de vista externo encontró su aplicación más célebre en el estudio El nuevo espíritu del capitalismo, publicado junto a la economista Eve Chiapello. Este estudio representa un regreso a un sociología crítica o, para ser más exactos, la combinación de una sociología de la crítica con una sociología crítica. En los trabajos posteriores que hacen las veces de profundización, como un texto de Boltanski sobre la izquierda después de 1968 escrito en 2002, se llegará incluso a revocar el anunciado abandono, a principios de la década de 1990 en De la justification, del concepto de clases sociales, que vino acompañado del rechazo de otras categorías típicas y posiciones sociales de la sociología tanto crítica como convencional. En aquel texto se decía que los «lectores del presente libro tal vez se sorprendan de no encontrar en las páginas que siguen categorías que les resultan familiares. En ellas no se habla en ningún momento de grupos, clases sociales, trabajadores, ejecutivos, adolescentes, mujeres, votantes, etc., a los que nos han habituado tanto las ciencias sociales como numerosos gráficos estadísticos que hoy circulan en la sociedad». En un texto titulado «La izquierda después de mayo de 1968 y la aspiración a la revolución total» no encontramos sino lo que en la sociología se denomina una teoría de la «nueva clase», como las que, con un orientación algo diferente, han sido expuestas, por ejemplo, por Daniel Bell o Alvin Gouldner: se trata aquí de una «nueva clase», incluso de una «nueva burguesía», cuya composición es muy similar a la categoría social que el economista Richard Florida denomina la «clase creativa», salvo que Boltanski recurre a una terminología cabalmente marxista que habla de explotadores y explotados y de posiciones en parte de izquierdas y en parte de derechas en función de su integración en el sistema capitalista, pero también de su relación con las lógicas de la justificación descritas en De la justification.

La tesis de las dos críticas parcialmente antagónicas, la crítica social y la artista, que se unieron provisionalmente en la década de 1960, es demasiado conocida para repetirla aquí. Parece una simplificación excesiva establecer una distinción binaria entre, por un lado, una crítica que hace referencia a la opresión, la estandarización y la mercantilización y que postula la liberación, la autonomía y la autenticidad y, por otro lado, una crítica que tematiza la desigualdad, la pobreza, la explotación, el individualismo y el egoísmo y que se traduce en una exigencia de solidaridad. Aunque esa dicotomía no sea interpretada como una sistematización general de una crítica políticamente relevante, sino como una tipología históricamente específica, particularmente apropiada para el análisis de la situación francesa, la restricción a dos variantes de crítica «antisistémica» se antoja bastante limitada. De esta suerte, no sólo se elude la «crítica verde» del capitalismo, sino también las diferentes versiones de la crítica identitaria basadas, por ejemplo, en el género, la religión o la etnia.

A partir de un análisis comparado de contenidos de un corpus de literatura de gestión empresarial de la década de 1960 y de la de 1990, Boltanski y Chiapello ponen de relieve hasta qué punto sobre todo la crítica artista contribuyó a un cambio del régimen de justificación del capitalismo y a una mutación del capitalismo calificada de satisfactoria. Se insiste en efecto en los problemas sociales vinculados a ese régimen de acumulación, en el aumento de la desigualdad, en la extensión de la anomia, en la pérdida de la confianza y en las nuevas formas de explotación en el marco del trabajo en redes por proyectos. Sin embargo, no diagnostican ni una situación de crisis ni una agonía del sistema. Antes bien, lo que agoniza es la crítica predominante de ese sistema: la crítica social, incluida su variante académica en forma de sociología crítica, puesto que no está en condiciones de reconocer y abordar las nuevas estructuras que condujeron a la formación de un tercer espíritu del capitalismo y las nuevas formas de la explotación en red; y la crítica artista, porque a pesar de sus intenciones contribuyó a una gran transformación del sistema, lo que le proporciona un carácter perverso o paradójico, por usar los términos de la teoría de la acción no intencional. Aparte del hecho de que se trata de una feliz reedición del dramático relato de los puritanos, cuyo espíritu y cuyo habitus –la ética protestante– fomentó, contra sus propios designios, la formación del espíritu del capitalismo moderno, encuentro en esta investigación de los resultados paradójicos de la crítica una alusión a los desiderata de la investigación en el marco de una sociología de la crítica que presenta una considerable relevancia política.

La influencia de la crítica artista, que en Francia se abrió camino, a juicio de Boltanski y Chiapello, a través de un sindicato –la CFDT–, será la responsable de la formación de una nueva y cada vez más influyente lógica de la justificación. Ellos caracterizan este régimen de la justificación de nueva formación como una ciudad conexionista o por proyectos, pero no consiguen fundamentarlo en un autor canónico o dotarle de una dignidad filosófica comparable a la de las otras ciudades. Esta ciudad hace hincapié en la movilidad, la flexibilidad y en una diversidad de contactos sociales. En la medida en que el espíritu capitalista ha de entenderse como una configuración de una pluralidad de ciudades, se constata que la ciudad de la inspiración cobra una importancia cada vez mayor, algo que se ve confirmado en el contexto europeo de los últimos años, por ejemplo, por el discurso en torno a la «creatividad y la innovación» procedente de Gran Bretaña. Por el contrario, a juicio de Boltanski y Chiapello, el peso de la ciudad industrial es cada vez menor. El «mundo» al que hace referencia el nuevo orden conexionista de justificación se caracteriza en el plano de la acumulación de capital por la variación y la diferenciación de los productos, así como por el considerable peso que cobran el sistema financiero globalizado, Internet, las biotecnologías y las empresas en red. El estímulo específico o la fuerza de atracción del sistema para sus directivos reside, con arreglo a esta teoría, en una medida nada despreciable en la eliminación de las jerarquías excesivas y de la gestión empresarial autoritaria.

Conforme a una nueva forma de meritocracia, debe abandonarse todo cuanto pueda limitar la propia disponibilidad; deben evitarse los planes para toda la vida así como los vínculos sólidos con los lugares y las personas. La «grandeza», entendida en el sentido de las «économies de la grandeur» se atribuye, dentro de la «cité par projets» de nueva formación a los actores móviles que no sólo utilizan las redes de manera egocéntrica y explotadora, sino que ponen al mismo tiempo a disposición de los demás sus redes y sus contactos. Creo que el enorme mérito del estudio de Boltanski y Chiapello reside en el intento de fundar una teoría de la explotación en red en gran parte invisible, que se apoya en la consideración de las relaciones entre móviles e inmóviles, con mayor motivo si tenemos en cuenta que la teoría de redes, sobre todo en Estados Unidos, domina la sociología bajo una configuración positivista, de tal suerte que, por más que se hayan alcanzado impresionantes formalizaciones matemáticas, hasta el momento no se ha producido ningún desarrollo de una teoría crítica de las redes.

Mientras que, en los resúmenes del estudio, en las entrevistas de Boltanski y Chiapello y en la entretanto extensa literatura sobre el nuevo espíritu del capitalismo encontramos casi sin excepciones una orientación hacia la tesis de las dos críticas y de su interacción, en el estudio puede encontrarse, en parte relegado a las notas a pie de página, un despliegue más interesante de la tesis de la crítica paradójica, en la que en última instancia se distinguen tres variantes de la crítica artista...

 



[1] Antonio Negri, 2003 (1994), «Relire Boltanski et Thévenot: sociologie et philosophie politique», Futur antérieur, http://multitudes.samizdat.net/Relire-Boltanski-et-Thevenot

[2] Bruno Latour, Nunca hemos sido modernos, Madrid, Debate, 1993, capítulo «El final de la denuncia».

[3] Cfr. Nathalie Heinich, Sociologie de l'art, París, 2004.

[4] Luc Boltanski, 2002, «The Left After May 1968 and the Longing for Total Revolution. Thesis Eleven» Nr. 69, May 2002, pp. 1-20.

[5] Cfr. Bruno Latour (2004), «Why Has Critique Run Out of Steam? From Matters of Fact to Matters of Concern», Critical Inquiry, Vol. 30, núm. 2, pp. 225-248. 

[6] Cfr. los resultados acerca de la frecuencia de las citas de filósofos y científicos sociales del siglo XX en los campos científico e intelectual en Ulf Wuggenig, 2008, «Die Übersetzung von Bildern», Beatrice von Bismark, Therese Kaufmann, Ulf Wuggenig (eds.), Nach Bourdieu: Kunst, Visualität, Politik, Viena, p. 191.

[7] Cfr. N. Nilo Kauppi (2000), «The sociologist as moraliste: Pierre Bourdieu's practice of theory and the French intellectual tradition», Substance, Vol. 93 (3), pp. 7-21.

[8] Cfr. Luc Boltanski, «Les réactions de nombreux compagnons de route»,  Le Monde, 25 de enero de 2001; P. Wright , A. Rousseau, «La sociologie politique et morale de Luc Boltanski. Eléments biographiques»; «Et puis j’ai rencontré Bourdieu»: http://boltanski.chez-alice.fr/biographie.htm

[9] Cfr. Luc Boltanski, Eve Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, París, 1999, p. 675 [ed. cast.: El nuevo espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 2002, p. 664].

[10] Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron, La reproduction, París, 1970, p. 18 [ed. cast.:, La reproducción, Madrid, Popular, 2001, p. 20].

[11] Cfr. Luc Boltanski, Eve Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, cit., p. 675 [ed. cast.: p. 664].

[12] Bruno Latour, 2005, Reassembling the Social. An introduction to Actor-Network Theory. Oxford, p. 9 y ss.

[13] Cfr. Luc Boltanski, Yann Darrée y Marie-Ange Schitz, «La Dénonciation», Actes de la Recherche en Sciences Sociales, Vol. 51, núm. 51, pp. 3-40.