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08 2005

bolo'bolo

p.m.

Transcripción de un vídeo de O. Ressler,
grabado en Zurich, Suiza, 22 min., 2004


La idea original que permitió la creación de este extraño lenguaje secreto surgió debido a la falta de viabilidad de la terminología del ala izquierda europea. Hoy en día, nadie quiere oír hablar acerca del comunismo, es decir, del Gulag. Ni tampoco acerca del socialismo, es decir, de la política de Schröder y de los recortes de las pensiones. En cuanto al resto de las expresiones más habituales de la izquierda, como "solidaridad" o "comunidad", éstas han perdido su significado original y ya no tienen utilidad alguna. Sin embargo, los conceptos que representan son en realidad muy útiles. Por este motivo, y dado que no quiero resignarme a sufrir los efectos de la terminología, de la que no soy directamente responsable, me inclino mejor a crear la mía propia. Tardaría probablemente mucho más tiempo en explicar que el comunismo del que hablo no es el mismo que el que yo he visto. Por ello, si afirmo simplemente que soy partidario del bolo'bolo, consigo que la gente empiece a reconsiderar y a planteárselo todo nuevamente.

Nací en Suiza y vivo en Zürich. Mi ocupación principal es la de profesor en un instituto, aunque siempre he sido políticamente activo en mi tiempo libre. Soy un viejo activista de los 60; participé activamente en las manifestaciones en contra del Vietnam y en eventos parecidos. Posteriormente, me instalé en casas ocupas y entré a formar parte del movimiento antiatómico. Estaba bastante implicado en todo lo que estaba ocurriendo en ese momento, cuando de repente, el movimiento entero desapareció; todavía quedaba un movimiento ocupa en Zürich, sabía que existía un porcentaje considerable de casas que estaban siendo ocupadas en Ginebra, pero la policía acabó paulatinamente con todo. A partir de ese momento, no quedó nada. Una atmósfera un tanto deprimente se apoderó de todo, como suele ocurrir tras este tipo de ciclos. En ese momento, me dije: voy a escribir todo aquello que deberíamos considerar todavía como importante. Redacté una lista de deseos, como la que se suele hacer en Navidad, una larga lista de cosas que todavía merecían la pena ser tenidas en cuenta.
Ahora que he vuelto a releerla, me doy cuenta de lo aburrida que resulta. Por ejemplo, cosas como "queremos convivir en solidaridad", "no queremos crecimiento económico", o "queremos respetar el entorno". Los mismos aburridos tópicos socio-ecológicos que se pueden encontrar en cualquier plataforma política. Quise rescatarla un poco del olvido, así que pensé: bien, me inventaré una utopía. Pero no es en absoluto una utopía. Conozco bien todas esas utopías. La forma en la que se escriben provoca una cierta atracción. Sin embargo, me fascinaba la turgencia, la inmersión en otros mundos con terminologías propias. Pensé: puedo llegar a la gente de forma mucho más rápida, si les vendo estas nociones ilusorias, si las encubro como utopías.
Así nació este lenguaje. El significado de "bolo'bolo" no es otro que el de comunismo. Es una mera traducción; son sistemas sonoros polinesios. Una vez, hice un viaje a Samoa y me enamoré de ella. Existen ciertos paralelismos en Samoa, son retazos de sociedades relativamente intactas que aproveché para escribir mi libro.

Quiero apuntar el hecho de que no existe una sola idea en este libro que sea nueva. Todo lo que en él se encuentra es algo que ya existe. Son muchos los caminos que te llevan al bolo; la unidad más básica, hace alusión a la idea de cómo la gente puede convivir en armonía y sin acabar con el planeta, con sus nervios y con sus hijos. Un enfoque es la comunicación: siempre que una persona no puede hablar racionalmente con otra, acude a un poder superior, depende de una autoridad superior para comunicarse. Conocemos, por ejemplo, la teoría de la comunicación, que manifiesta que la comunicación puede funcionar de manera informal siempre y cuando se produzca entre un número máximo de 150 personas, haciendo innecesario el uso de estructuras. En este caso, la comunicación resulta bastante cómoda; sobran por tanto argumentos, precisamente porque la comunicación es así de sencilla. De ahí que haga alusión a una unidad básica, un encuentro, que debe ser considerablemente superior a 150 personas. 500 no sería un mal número, 400, 600, 700 u 800. A partir de ahí, existe otro umbral que debe rondar las 1.000 personas, a partir del cual se hace necesario delegar para poder organizar. Esta administración necesitaría entonces un comité y un determinado nivel de profesionalidad. Es aquí, donde llegamos al reino de la burocracia estructuralmente necesaria. Algo que me desagrada profundamente; el esfuerzo se incrementa rápidamente al tener que controlar a la burocracia para que actúe conforme a nuestros deseos. Estos órganos de control son, una vez más, susceptibles de corrupción y deben igualmente controlarse, convirtiendo todo este proceso en algo demasiado complicado. Bajo mi punto de vista, el término medio debe situarse entre la organización social de un cómodo grupo de 150 personas y la de un incipiente incómodo grupo de 1.000 personas. La solución debe ser un punto intermedio entre ambas: ése es el primer enfoque. Otro enfoque podría tener un planteamiento un poco más ecológico. Los problemas ecológicos de este planeta radican en el norte, donde la calefacción es un elemento imprescindible para afrontar el frío y se ha desarrollado toda una estructura urbana en la que, por ejemplo, el transporte ocupa un lugar privilegiado. Para revertir esta situación y reducir el consumo de energía a un nivel globalmente aceptable, se debería destinar aproximadamente una quinta parte del consumo actual a esa zona. Con esto, no me refiero al sur; el sur utiliza una centésima parte menos de energía que nosotros. En ese sentido, el problema no radica en ellos; más bien es al contrario. El sur debería incrementar su consumo para poder alcanzar la quinta parte del consumo de energía global que le corresponde. Una reducción del uso de energía significaría la erradicación de los coches o de las casas unifamiliares, e implicaría compartir casa. Posteriormente, se debería pensar en el tamaño más adecuado para aislar las viviendas del frío y del calor, así como el material más barato que permitiera calentarlas. Los edificios serían cada vez más compactos, porque la relación entre la superficie exterior y el volumen sería mucho más eficaz. Esto implicaría que en el norte, por ejemplo en los Estados Unidos, la gente que viviera en pequeñas casas aburguesadas se mudara a palacios populares, o eco-palacios, que fueran más fáciles de calentar. Se puede crear una tipología excesivamente concreta que naturalmente debe analizarse con cierta ironía. Todos tenemos que vivir en edificios de ocho plantas y de 100 metros de largo por 20 de ancho. Esta monstruosidad es en realidad una necesidad ecológica.

Siempre suelo empezar por este bolo occidental urbano. Nunca me ha gustado aconsejarle a nadie cómo debe o no debe organizar su vida. Simplemente, pongo a Suiza como ejemplo, aunque se puede extender igualmente al resto de Europa occidental. ¿Cómo se puede organizar la agricultura con respecto a estas estructuras urbanas? Mi consejo, así como el de otra mucha gente que ha estudiado ecología y agronomía, sería: en Europa occidental, y para el suministro de comida de un bolo como éste, necesitaríamos alrededor de 90 hectáreas de tierra suiza. Si tomamos como ejemplo una ciudad de tamaño medio como Zürich, entonces estas 90 hectáreas podrían situarse en un radio aproximado de 30 Km. alrededor de la ciudad. Ese espacio se encuentra todavía disponible, siempre que en el futuro no se siga construyendo o pavimentando el terreno que todavía queda libre. Asimismo, y desde un punto de vista puramente esquemático, se podría también asignar a cada uno de los bolos una granja de 90 hectáreas. Éste cálculo es bastante generoso, porque en Suiza las granjas suelen tener un tamaño medio aproximado de 15 hectáreas; en Austria quizás el tamaño sería un poco mayor. A pesar de que son unidades relativamente grandes, no significa que toda esta extensión de terreno tenga que ser cultivada. Éstas estructuras serían intrínsecamente bastante diversas y se podría producir de todo, desde patatas hasta leche. Esto produciría un rendimiento bastante ecológico, ya que un camión pequeño, o incluso el vagón de un tren, sólo tendría que realizar una viaje a la semana entre el área rural y el área urbana. Se podría aprovechar el viaje de vuelta para transportar abono orgánico. Posteriormente, se podría desarrollar un sistema en el que la gente que viviera en el bolo, pudiera también trabajar en la zona rural. Este sistema sería mucho más eficaz que el de suministro de supermercados que tenemos hoy en día, donde se precisa la participación de toda una serie de transportes intermediarios, centros de distribución y supermercados, sin olvidar el hecho de que además es necesario ir al supermercado. Cada bolo sería un supermercado, con una sección de tierra diversificada lo suficientemente grande como para obtener un rendimiento económico. El sistema agrícola actual resulta inviable porque funciona únicamente con un elevado suministro de petróleo y productos químicos, entre otras cosas. El cultivo biológico mixto permite combinar distintas plantas en una misma área para su posterior fertilización, a diferencia de lo que ocurre en estos enormes y monótonos campos cuya longevidad se ve muy reducida. Sin embargo, esta agricultura mixta requeriría triplicar la mano de obra que existe en la actualidad, algo que podría ser bastante beneficioso. Este porcentaje no es demasiado elevado si tenemos en cuenta que en Suiza, la agricultura constituye aproximadamente el 3% de la mano de obra, y debería situarse en torno al 10%. Entretanto, todos los bancos habrían desaparecido y existiría un número suficiente de gente que podría tomar cartas en el asunto.
Lo que acabo de describir es lo que yo denomino el sistema; no obstante, éste podría sufrir modificaciones. Sería mucho más divertido si los distintos bolos situados en distintas secciones de tierra intercambiaran sus productos, de modo que no tuvieran que comer siempre lo mismo. Algunos artículos se podrían intercambiar a nivel mundial. Las especias, por ejemplo, son productos bastante ligeros y muy eficaces, o el aceite de oliva, las nueces, los dátiles y todo tipo de quesos y salchichas, así como el vino; estos artículos son productos altamente concentrados que no tienen ningún tipo de limitación ecológica en términos de transporte.

La forma más simple de intercambio es el regalo. Es, asimismo, la más peligrosa, especialmente en el caso de los receptores. Este intercambio sólo es posible cuando quien lo realiza es relativamente independiente. Un bolo dispone de una soberanía básica; en Suiza existe este refrán: lo suficientemente independiente como para ser generoso. En términos marxistas, lo importante no debería ser el valor de lo que se aporta. Los regalos pueden ser de muy diversa índole. Teniendo en cuenta que los bolos estarían por todas partes, la generosidad sería una especie de honor para estos bolos, e implicaría la obtención de algo a cambio. Esta sería una forma importante de trueque, que no tendría que estar especialmente vinculada a la comodidad. Se podría ofrecer cualquier cosa; tiempo, poemas o todo aquello que se deseara.
Posiblemente, uno de los factores más importantes de este sistema que estoy describiendo sea el sistema de intercambio permanente. Yo lo denomino "FENO". Por ejemplo, este sistema implicaría el establecimiento de contratos de cambio con los bolos vecinos. Concretando este concepto en términos suizos, esto podría ser algo como: vosotros arregláis nuestras ventanas porque tenéis una cristalería y, a cambio, nosotros reparamos vuestras instalaciones sanitarias; de este modo, se evita que cada bolo tenga que tener todo tipo de tiendas de reparación.
Se podría diferenciar una tercera forma de intercambio en una escala superior. A esta otra forma la denominaría vecindario o almacén urbano. Esto se podría describir como socialismo o comunismo. Los bolos de una ciudad, en su conjunto, necesitan productos que no pueden producir ellos mismos, o que únicamente necesitan utilizar en determinadas ocasiones. Disponen, por ejemplo, de un almacén central para la maquinaria y cuando necesitan una determinada máquina, la obtienen de allí. Estos servicios podrían describirse como servicios comunales, de forma muy parecida a los que tenemos hoy en día, como es el caso del agua, la electricidad y determinados artículos como la sal y el azúcar, que deben producirse y suministrarse en grandes cantidades y de forma centralizada. Dado que la cantidad de suministro para cada persona sería la misma, éstos podrían suministrarse de forma gratuita. Eso sería posible incluso hoy en día. En primer lugar, podríamos describirlo como socialismo, o incluso comunismo: cada uno toma lo que necesita y produce lo que puede. Lógicamente, existiría además la variante del intercambio de dinero, que estaría casi seguro presente. El dinero sería importante en el caso de aquellos productos que no se utilizaran con demasiada frecuencia, que se hubieran elaborado para un fin particular o confeccionado de forma individual. Este sistema funcionaría de forma mucho más eficaz en el caso de los vecindarios, distritos, pueblos o ciudades, de modo que se pudieran acomodar mercados o bazares a los que la gente pudiera acudir con artículos como joyas, ropa, discos compactos, arte, sustancias especiales, fármacos, cosmética y todo tipo de productos interesantes. Podrían ser considerados como miembros de los bolos o comerciantes y se utilizaría el dinero como valor de cambio. El tipo de moneda no tendría demasiada importancia; podría ser una moneda local o un dólar global, o bien una tarjeta de crédito. Sería indiferente; el dinero no supondría un peligro como objeto. Más bien se podría afirmar que el dinero únicamente es un problema cuando se permite su propio desarrollo dinámico dentro de un sector indispensable, como es el caso del suministro de comida.

Si lográramos estas condiciones ecológicas, por ejemplo, un 20% del consumo de energía, se podría incluso permitir la circulación de algunos coches. Un bolo podría quizás tener 20 coches que la gente pudiera alquilar. Este número de coches sería suficiente cuando se tuviera que conducir de vez en cuando. Aunque apenas si sería necesario conducir porque no habría motivos para ir a ninguna parte. Esto supondría una reducción del 10% en el número de coches, un colapso de la industria del automóvil, así como de todos los bancos que la financiaran. Al mismo tiempo, la industria petrolífera desaparecería. Simultáneamente, la industria de los electrodomésticos se reduciría de forma proporcional ya que se podría lavar, por ejemplo, toda la ropa en una sola lavadora del bolo, cuya potencia sería ocho veces superior a la de una lavadora convencional. Se podría utilizar toda la electrónica destinada al entretenimiento que funcionara todavía, pero el volumen sería inferior. En realidad, la industria tecnológica se vería reducida únicamente en términos de consumo. El consumo se reduciría en un 10%. Únicamente quedaría un problema por resolver: dónde y cómo producir el resto de productos de forma mucho más eficaz. La respuesta es clara: subcontinentalmente. Por ejemplo, la producción de camiones se realizaría en un sólo sitio, digamos en el sur de Varsovia, para abastecer a todos los bolos o ciudades situadas entre los Urales y el Atlántico. Y solamente se producirían módulos. Se producirían módulos de tamaño grande, mediano y pequeño, así como un motor para, a continuación, montarlos en los bolos o en las ciudades. Esta situación se puede apreciar hoy en día en el "tercer mundo". Todos los autobuses públicos se fabricarían allí. El chasis se fabricaría allí y se distribuirían los motores y el sistema de cambios. Esto podría considerarse ya una tecnología eficaz. ¿Cómo funcionaría? Simplemente con dinero, se pagaría por todos estos artículos. La pregunta lógica sería: ¿cómo se podría conseguir dinero? Por supuesto, sólo existe una opción: o se paga por ellos, o existe una cuota. Dado que necesitaríamos una determinada cantidad de camiones y trabajadores para producirlos, deberíamos pagar indirectamente con dinero a los trabajadores por su trabajo, aunque no se necesitaría mucho. Si fuera necesario, se podría conseguir dinero intercambiando parte de estos artículos, parte de la mano de obra o de los productos agrícolas. De este modo, se crearía automáticamente un mercado subcontinental.

Al convivir todos juntos, existiría un control social intrínseco que no precisaría del cumplimiento de normas. Sería, por tanto, únicamente una cuestión de: ¿qué quieres hacer ahora? La supervivencia sería mucho más sencilla. Esta convivencia evitaría en gran parte un comportamiento social dañino y permitiría un recorte de la fuerza policial en casi el 10% de su tamaño actual. La cuestión sería entonces la contraria: si me presento como "IBU", como una persona, ¿cuánto control social podría soportar? Esto podría suponer también un problema. La pregunta que deberíamos plantearnos haría referencia a una de las partes de esta amalgama. Si no existe control social, las condiciones son marginales; el caos y la anarquía, en el peor de los sentidos, prevalecen y se hace necesaria la presencia policial. Este sistema no conduce a nada bueno. Pero, también, debería existir una cierta libertad de acción que nos permitiera defendernos ante este control interno. Uno de los ámbitos de esta libertad de acción sería el tamaño. Si hay 500 personas, entonces se garantiza el anonimato. En este caso, se podrían desarrollar actividades; los bolos podrían tener varias entradas y salidas, de modo que nadie pudiera vernos. En el caso de bolos más pequeños, este control se convertiría probablemente en una pesadilla; por lo tanto, cuánto más grande mejor. Los bolos tendrían un contrato de bolo general. La gente podría viajar en cualquier momento a otro bolo, siempre y cuando lo notificara previamente, dado que el resto de bolos tendría una capacidad del 10% para albergar a aquellas personas que los visitaran como invitados, aunque se podría dar también el caso de que desearan quedarse. Nos podríamos desplazar a cualquier parte y desde cualquier parte. De este modo, y debido al recelo que produciría la partida de cualquiera de los miembros, se evitaría que la gente fuera demasiado estricta con el control social.
Siempre que hago alusión a los bolos, corro el riesgo de que se malinterpreten como construcciones aislacionistas, un poco como las grandes comunas de los años 70. Pero, nada más lejos de la realidad. Mi percepción de los bolos se centra más en organizaciones eficaces compuestas por miembros civiles. Se puede entrar a formar parte de ellos con un contrato y abandonarlos del mismo modo. Al entrar aportas todo lo que tienes, pero también te lo llevas al salir. No podrían considerarse comunas. Además, los bolos están conformados por familias, grupos colectivos y personas individuales que disponen de sus propias esferas privadas. Aunque también podría darse el caso de bolos en los que la gente compartiera los dormitorios, y esto también sería aceptable. No existirían normas a este respecto. Igualmente, se podrían realizar acuerdos monásticos. Evidentemente, lo ideal sería conseguir un contrato de bolo en todo el planeta donde un 10% del espacio habitable y de la comida de cada bolo se destinara a los invitados y de este modo contrarrestar la tendencia aislacionista. En cierta medida, cada bolo debería disponer de un cierto margen de apertura.

Traducción: MediaLabMadrid, Centro Cultural Conde Duque, Madrid