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07 2007

¿Qué es el eipcp?

Un intento de interpretación

Boris Buden

Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos

eipcp: ¡qué nombre tan feo! No sólo por lo que sufre la lengua al intentar pronunciarlo en voz alta; también porque los términos y conceptos que se ocultan tras el acrónimo parecen no querer decir nada, ya sea por sí solos, o bien configurados en su conjunto: European Institute for Progressive Cultural Policies. Suena más banal que ambicioso. ¿Qué significa esta “política cultural progresiva”: que se quiere reordenar de manera progresiva la política cultural que resulta hoy hegemónica? ¿Que se quiere hacerlo además a escala europea? Un objetivo aparentemente ambicioso para una pequeña agrupación flotante de trabajadores y trabajadoras culturales que tienen la esperanza de que ésta, su empresa, pueda ser financiada mediante el cálculo de la mismísima política cultural que quieren cambiar radicalmente. Y se trata de un “instituto europeo”: ¿cómo se debe entender esto? ¡En cualquier caso, no como un despacho alquilado que sirva como parada de, pongamos, una muestra de arte albanés itinerante por Europa!

Admitámoslo abiertamente: este retoño es feo, no hace cara de ser listo, parece sufrir de un sentido de la realidad defectuoso y no tiene un futuro prometedor... Aún así, helo aquí, es nuestro vástago; no podemos hacer apenas otra cosa que permanecer a su lado y ayudarlo a aprender a caminar. A pesar de todo, también este retoño merece una oportunidad.

Y es ahí donde reside precisamente el reto. Quienes quieran hoy fortalecer lo que es débil deben en primer lugar ponerse en cuestión, cambiando radicalmente su propio modo de pensar. Deben estar dispuestos y dispuestas a exponerse en toda su fealdad y rareza y a desviarse de las normas que se camuflan de realidad. Que lo débil crezca más débil y lo fuerte más fuerte es un principio que pertenece a la lógica de la normalidad. Quienes quieran desafiar esta lógica no pueden seguir siendo normales.

 
La actividad (Tätigkeit)

¿Qué hace el eipcp? ¿Mediante qué actividad legitima su existencia? No es difícil responder a esta pregunta de manera puramente descriptiva. Es en primer lugar una especie de networking de instituciones culturales y artísticas europeas con el objetivo de realizar en colaboración proyectos artísticos y organizar eventos discursivos que los acompañen. En segundo lugar, el eipcp genera discursos en sí mismo; es decir, fomenta la producción discursiva de otros, lo cual incluye actividades editoriales. Esta actividad dual no está de ningún modo “libre de ideología” ni es políticamente neutral. Bien al contrario: el eipcp entiende explícitamente su actividad como una forma de compromiso cuyo contexto es la lucha transnacional contra la hegemonía neoliberal. Así que hay tras él también una motivación activista que se refiere claramente al activismo concreto del movimiento “antiglobalización”, siendo éste un elemento crucial de las actividades anteriormente mencionadas. Para expresarlo de manera tradicional, comprende tres campos de actividad: arte, teoría y política. Aún así, el eipcp afirma ser más que una mera suma mecánica de esas partes. ¿Qué quiere decir aquí “más”? Para empezar, sería una simplificación equívoca entender esta nueva cualidad, este “más”, como un beneficio simbólico, una especie de ganancia o incremento simbólico que se acumula como producto o resultado del carácter que llamamos interdisciplinar de la actividad. Aceptar esto último reduciría necesariamente la actividad del eipcp a una acumulación de capital simbólico, como si no consistiese más que en una forma de inversión simbólica... El eipcp quiere claramente ser más que eso. Este “más” se puede interpretar de una forma diferente: el modo de producción interdisciplinar del eipcp se puede entender como una especie de suma cualitativa de los defectos de cada uno de los tres campos que lo componen. Por ejemplo, un arte que rehuye la reflexión teórica o rechaza cualquier referencia a la praxis política es para el eipcp un arte deficiente. Esta afirmación se debe entender como “puramente estética” y no como una declaración meramente política, puesto que un arte que hoy quisiera seguir siendo (o convertirse en) “arte puro y nada más” no sería arte en absoluto. Es precisamente la ausencia de lo político y lo discursivo lo que invalidaría su estatuto estético.

En otras palabras, la actividad del eipcp no es nunca artística en sólo uno de sus aspectos; es una actividad artística en todos sus aspectos: políticos, reflexivos y culturales. Suministra al arte precisamente aquello de lo que carece, con el fin de que siga siendo o se convierta en arte.

Pasa algo similar con la producción teórica, con el activismo político y con lo que llamamos “política cultural”. La actividad del eipcp tiene como propósito proveer a cada uno de estos campos de aquello de lo que carecen; es decir, consiste en superar la insuficiencia específica que en cada uno de ellos se nos aparece como más significativa cuando los relacionamos entre sí. Es en esto en lo que consiste el carácter híbrido de su actividad, no en una mera superposición de diferentes esferas de actuación.

Aún así, no deberíamos subsumir esta hibridez en metáforas espaciales. La actividad del eipcp no establece ningún tipo de entre, ningún intersticio simbólico, ningún, digamos, tercer espacio en el que algo cultural y políticamente “nuevo” pueda cobrar forma y expresar su creatividad específica. Es postesencialista, aunque no en un sentido espacial o topográfico. La insuficiencia o escasez en cuestión es al mismo tiempo el objeto y el resultado de esta actividad híbrida: la escasez de política que muestra una práctica artística; la escasez de políticas culturales que el arte expone y la teoría conceptualiza; la escasez de reflexión que se refleja en lo político; y así sucesivamente.

 
Lo que antes se llamaba “crítica” (Gewesene Kritik)

La actividad del eipcp, entonces, no busca la ganancia simbólica, sino más bien la articulación de una falta. Es así que podemos entender esta actividad como crítica. Lo cual tiene, sobre todo, un significado genealógico. Podemos remontarnos en retrospectiva hasta las raíces de este tipo de actividad. Se deriva de lo que antes se llamaba (tanto en el sentido general que se le daba en la modernidad, como en un sentido más reducido) la crítica de la sociedad. Por supuesto, esto no significa que lo que el eipcp hace es, sencillamente y sin más complicaciones, criticar. Significa más bien que la falta que se experimenta por medio de su actividad emana de la práctica de la crítica, la cual marcó en primera instancia todos los campos de la modernidad. Y es así que no se puede afirmar si el eipcp ejerce la crítica o no. Para ser más precisos, el eipcp ejerce una “ya-no crítica”, o por decirlo incluso mejor, ejerce lo que antes se llamaba crítica, siendo éste el punto esencial que determina su actividad.

Se puede hacer mofa de lo dicho anteriormente afirmando que el eipcp ni siquiera sabe lo que está haciendo aunque sepa mostrar dónde yacen, en el cementerio de la modernidad, sus ancestros. Sin duda, la tumba de la crítica es con diferencia la más importante en ese camposanto. Conmemora no sólo las hazañas gloriosas de las denominadas armas de la crítica, sino también los actos (delictivos) de la crítica de las armas. Por supuesto que estamos aludiendo a la famosa exigencia de Karl Marx: que las armas de la crítica reemplacen la crítica de las armas. Se trata así de una crítica tanto en la tradición de Immanuel Kant como en la de Robespierre: es decir, también en la tradición en la cual la radicalidad se articula ocasionalmente como revolución.

¿Por qué es tan importante esta referencia genealógica? Porque entre otras cosas explica el significado de al menos un elemento importante del nombre del eipcp. En la palabra “progresivo” se escucha de manera diáfana el eco de lo que antes se llamaba crítica. Progresar (el desarrollo progresivo en el sentido que originalmente le da la modernidad) no es nunca el simple resultado de algún tipo de acumulación simbólica; consiste sobre todo en el cumplimiento de la crítica. Fue mediante la crítica que se pudo reconocer lo malo y lo viejo con el fin de reemplazarlos por lo mejor y lo nuevo. Y así, cuando hoy afirmamos ser progresivos, sólo queremos decir que seguimos el camino marcado por esta crítica moderna. Porque no se puede impulsar lo mejor y lo nuevo a la vieja usanza, por medio de la crítica. Y a pesar de todo, es posible describir la actividad del eipcp con el viejo lenguaje de la crítica: el eipcp produce una crítica política del arte, una crítica teorética de la política, una crítica cultural desde el punto de vista de las nuevas prácticas artísticas, y así sucesivamente. En su conjunto, no obstante, esta actividad no es crítica. La crítica sólo podría adoptar la forma de una crítica de la sociedad, pero, históricamente, es tarde ya para ello.

La culminación históricamente irrevocable de la crítica de la sociedad —en el doble sentido de una crítica total de lo social y una crítica de la sociedad en su totalidad— fue la idea y la práctica de la transformación comunista del mundo: una crítica con el horizonte de una sociedad sin clases. Lo cual ya no se puede repetir. La crítica ya no se ejerce hoy en nombre de una sociedad sin clases, sino en el nombre de una clase sin sociedad. Así, la actividad crítica —incluyendo la del eipcp— ya no puede adoptar la forma de la crítica de la sociedad. Aunque retenga incluso la motivación de la crítica social, carece del objeto que necesita; es decir, una sociedad que pueda ser claramente circunscrita y localizable, comprometida políticamente y evaluada moralmente. También carece del medio tradicional de la crítica social, es decir, de una esfera pública que se desarrolla normativamente, independiente, “crítica” y que, finalmente, se dirige a una sociedad específica.

 
Lo que antes se llamaba “sociedad” (Gewesene Gesellschaft)

“No hay sociedad”, proclamó Margaret Thatcher; “sólo hombres y mujeres individuales con sus familias”. Aún hoy muchos olvidan que el sujeto de esta afirmación no es Thatcher la científica social, sino la Primera Ministra Británica, Margaret Thatcher la política, cuyas palabras tienen sobre todo un significado performativo. Cuando lo dijo, la sociedad quizá aún existiese. Pero ¿sigue existiendo todavía hoy, treinta años más tarde?

Nuestra realidad histórica se nos aparece en la actualidad bajo la forma modelada por la victoriosa revolución neoliberal, la cual ha cumplido con creces sus objetivos; hasta un grado mayor de lo que estamos dispuestos a admitir. No ha disuelto solamente las formas básicas de solidaridad social sino también la idea misma de sociedad. Y, por tanto, las estrategias defensivas de la resistencia social parecen estar condenadas al fracaso. ¿Quién debería defender la sociedad? ¿El sujeto de su propia disolución?

Cuando Thatcher afirmó que ya no había sociedad quería decir —hablando como una política— que la sociedad como tal ya no puede tener ideología. La sociedad en abstracto no “ensalza” a nadie como sujeto, no “interpela” a nadie, por ponerlo en términos de Althusser. Pero para los individuos y las familias es diferente. Mientras que como individuos se nos ensalza en primer lugar por ser sujetos dotados de libertad, como familias se nos ensalza por ser sujetos depositarios de valores conservadores y de políticas restauradoras. Esto mismo es válido para la nación así como para otros fundamentos identitarios: étnicos, culturales, religiosos, de género, etcétera. Se trata en todos los casos de lugares donde se da una interpelación ideológica y una movilización política. No es el caso de la sociedad en cuanto tal. Cualquiera de esas identidades puede todavía convertirse en sociedad, pero precisamente bajo la forma de su colapso ideológico y político. Es la falta de sociedad lo que nos ensalza hoy como sujetos tanto de la crítica como de la transformación radical. La sociedad colapsó debido a que el neoliberalismo destruyó la solidaridad social. Esta solidaridad social —cuya pérdida lamentamos hoy— era en efecto una forma de articular la conciencia de clase. Es decir, era un efecto de la lucha de clases. Es la solidaridad que hoy nos falla; o de la cual nos abstenemos. Otras formas de solidaridad social —basadas en la familia, en la nación, en identidades comunitarias, etcétera— prosperan bajo las condiciones de la hegemonía liberal. Pero sus efectos son antisociales; descomponen esa forma histórica de vida humana colectiva que antes llamábamos sociedad. En otras palabras, la sociedad colapsó en el mismo momento en que dejamos de ser capaces de fortalecerla refiriéndonos a las relaciones de clase. Una sociedad que no consta de relaciones de clase no consta en absoluto. Esta pérdida es definitiva, motivo por el cual todas las estrategias de resistencia que buscan contrarrestarla son erróneas. La Historia, como escribió Marx, progresa la mayoría de las veces mediante sus aspectos negativos. Así que no tiene sentido querer entorpecer o contener la pérdida de la sociedad. Tiene mucho más sentido producir a partir de esta pérdida unas nuevas relaciones de clase. La clase sin sociedad, la clase de quienes no tienen sociedad, de quienes viven no sin sociedad ni fuera de ella, sino al interior de lo que antes llamábamos sociedad. Es así como esta clase articula su solidaridad, es decir, su antagonismo frente todas las instancias sociófagas de la hegemonía neoliberal.

 
Instancias (Instanz)

Es también esta condición de estar sin sociedad —y no meramente la pluralidad de formas críticas y de críticas circunscritas a campos específicos que a tal condición corresponden— lo que determina el carácter híbrido de la actividad del eipcp. Esta actividad es híbrida porque ya no está enraizada socialmente; ya no tiene su origen en una sociedad concreta (aunque tampoco en una fantástica sociedad sin clases).

Es ésta otra razón para la imposibilidad de aprehender esta actividad por medio de metáforas espaciales. No deriva ni de una esfera originaria ni de una híbrida, ni de una esfera social ni de una cultural, y así sucesivamente. Ya no se permite marcar sus fronteras frente a otras formas de actividad. No ha de extrañar, por tanto, que sea tan difícil definirla y circunscribirla en una sola forma, que es lo mismo que decir en un solo campo, una esfera, un territorio.

Hay en la historia de la ciencia un caso famoso en el cual el conocimiento progresó trascendiendo la representación espacial, es decir, transgrediendo la lógica espacial. Como bien se sabe, Freud explicó el funcionamiento del aparato psíquico por medio de dos modelos representacionales: una “primera” y una “segunda” topología.

De acuerdo con la primera topología, formulada en el capítulo séptimo de La interpretación de los sueños, la vida psíquica se divide en tres áreas, que Freud también llama “sistemas”: el consciente, el inconsciente y el preconsciente. Casi un cuarto de siglo más tarde —en el texto El yo y el ello. Los vasallajes del yo, de 1923, para ser exactos— desarrolló la segunda topología, también conocida como “modelo de las tres instancias”: el ego, el superego y el id  (el yo, el superyó y el ello). Era necesaria esta nueva invención ya que para Freud estaba claro que la vida psíquica no se manifiesta de acuerdo con una lógica espacial. En suma: no se puede ubicar espacialmente el superego, por ejemplo, situándolo por encima del ego, porque es también inconsciente y por tanto se sitúa por debajo del ego, en el id. Es así que llamó a estos tres elementos “instancias” de la psique en lugar de esferas, sistemas, regiones o con algún otro término similar.

Freud describió la primera topología topográficamente; en contraste, describió el modelo de las tres instancias dinámicamente. Las instancias son poderes; tienen la capacidad de autosubjetivarse y pueden volverse antagónicos, ejercen resistencia y ataque, están mezclados entre sí, las fronteras que los separan se difuminan, se dejan antropomorfizar, se les puede incluso atribuir ciertos rasgos de carácter, y así sucesivamente. Se puede decir por ejemplo que el superego se comporta sádicamente con el ego, siendo ésa en efecto su función. No se puede decir tal cosa de un espacio.

De manera semejante, se puede proponer que el concepto “europeo” en el nombre del eipcp se entienda en el sentido de una instancia y no de un espacio. De esta manera, “europeo” no significa otra cosa que mantener una relación dinámica con Europa, no encerrada en las fronteras europeas. Se es europeo o europea no porque se tenga la identidad europea o porque se viva en una Europa considerada como un espacio geográfico, cultural o político, sino porque no se puede evitar a Europa como instancia. Esto es, que hay que hacerse cargo de ella.

En La interpretación de los sueños la expresión “instancia” se presenta comparándola con los tribunales o autoridades que han de juzgar a quien solicita permiso de entrada. Esto vale también para Europa como instancia. Veamos un ejemplo: el proyecto artístico The List, que consistía en la lista de los nombres de las personas que han perdido su vida intentando entrar en Europa ilegalmente (aproximadamente 6.000 nombres). El proyecto no logró encontrar ningún apoyo económico en Europa y tuvo que ser finalmente financiado por una fundación estadounidense. En este caso, Europa jugó también el papel de instancia censora, muy en el sentido de Freud, quien, por cierto, también utilizó el concepto de instancia para referirse a la función de la censura.

Y no es sólo Europa lo que debemos comprender como instancia. También se puede hablar de la actividad del eipcp como la actividad de una instancia. Una instancia podría entonces adoptar también el modo de subjetivación que emerge de estas actividades y se articula mediante la relación dinámica con otras instancias: con Europa, por ejemplo. Más aún, el concepto de instancia tiene un significado curioso en el mundo de los juegos de ordenador. En un juego, las instancias son sectores separados que sólo pueden ser explorados por el grupo propio. Se inventaron con el fin de dar a un mayor número de grupos la oportunidad de completar el juego con éxito al mismo tiempo: siendo el héroe, asesinando al monstruo, rescatando a la princesa o ganando la espada mágica. Hay un grupo específico activo en cada sector. Esto significa, en efecto, que no hay otros grupos que puedan entrar en el mismo sector: en el mismo espacio, territorio, región, etcétera. En realidad, se puede decir que cada grupo es su propio territorio. En otras palabras: como instancia, el eipcp quizá nunca se encuentre con otras instancias en Europa, porque de hecho esta Europa es el sector propio del eipcp, su propia Europa, su propia instancia. El territorio no es algo que exista fuera, independientemente de nosotros y adonde se puede entrar. Es más bien el resultado de nuestras propias motivaciones y movimientos.