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06 2019

Por una suavidad agujereante

Después de las elecciones municipales en España

Kike España

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¿Así acaba la experimentación municipalista abierta tras el 15M? Una vez apaciguada su virulencia y monstruosidad inicial y después de un lento proceso de degradación y descomposición paulatina, la disolución de los últimos resquicios de lo que en 2011 fue una explosión sin precedentes de deseo revolucionario autoorganizado de forma radicalmente democrática parece clara. Los resultados electorales no son más que la foto fija de la crisis de imaginación política por un lado y de la restauración del juego electoral clásico por otro. Puede que su disolución electoral y su degradación general nos hagan pensar que la experimentación acaba aquí. Pero la monstruosidad de los municipalismos iba mucho más allá del asalto institucional, por eso la experimentación debe continuar inventando nuevos mecanismos para transformar radicalmente las ciudades y nuestras formas de vivir juntxs.


I

La ruptura en el tiempo y el espacio que supuso el 15M ha ido degradándose poco a poco hasta convertirse en una carta vacía de consistencia a la que se apela cuando ya no se tiene nada que decir, nada que experimentar, nada que inventar. La nostalgia y romantización de una invención pasada para que no pase nada nuevo. El ritmo de los ciclos electorales no es el ritmo de la vida y su musicalidad imprevisible, ni tampoco el de la ciudad y sus infinitos ruidos. Pero desde hace unos años hemos acompasado nuestros ritmos demasiado al soniquete electoral y sus resonancias en los medios de comunicación. Que esto no suene ni a reproche ni a renuncia a la incisión institucional, es, más bien, una sugerencia a readecuar las energías y los tiempos a la transformación social de nuestras formas de vida y de la ciudad —sin descartar nada—. ¿Qué nos impide empezar ya? ¿Recursos económicos, poder, control institucional, espacios? Y si el verdadero poder está ya ahí, en juntarse y hacer, en las relaciones que se sea capaz de construir y multiplicar, en las prácticas sociales que se sea capaz de inventar e instituir. En los vínculos que se construyen en el encuentro, en la posición compartida entre diferentes que genera táctica situada performativamente en cada momento. Lo importante de las manifestaciones, concentraciones, plataformas, espacios sociales, encuentros, jornadas y charlas a las que se acude y desde las que se sacude la normalidad no es tanto lo que se enuncia y denuncia sino lo que se concita. Es decir, el encuentro en sí mismo. Lo que posibilita que se hable, que se conjuguen miradas, afectos, problemas, alegrías, cansancio, hartazgo, fantasías, malestares, caricias, tacto y, sobre todo, la posibilidad de entender que no es una cuestión ni individual ni personal sino política y transdividual[1], es decir, que atraviesa distintos cuerpos y con distintas intensidades pero que genera una posición estratégicamente colectiva desde la que combatir transversalmente el estado de las cosas.

Imaginemos que se conquistan las instituciones anheladas, los espacios reclamados y las demandas exigidas, no diría en ningún caso que no lo desee como posición privilegiada desde la que seguir dando batalla, ¿pero realmente pensamos que esa posición puede ni siquiera mantenerse unos días sin contrapoderes sociales organizados y vivos? Y, más importante aún, dentro de esta antropología neoliberal[2] en la que estamos sumidos ¿no sería necesario algo mucho más profundo, transformador y transgresor? Si nuestras corrientes de deseo están delineadas por el traje neoliberal, toda transformación va a estar limitada por su hechura de corte mercantilizante. Quizás haya que romper el traje y con los jirones tejer algo distinto, sin patrón y más allá de lo que se lleva, tramar algo nuevo. Se podría decir que es algo deseable pero desagraciadamente muy difícil de materializar; que hay mucho cansancio, demasiada precariedad, vínculos frágiles, distintos ritmos complicados de acompasar, roces e incluso fracturas irreconciliables. Pero, es precisamente esa inercia que conduce de manera irrefrenable hacia el vacío existencial, hacia la crisis de presencia, al extrañamiento absoluto y la individualización de cualquier gesto la que hace que no quede otra más que juntarse a inventar algo nuevo para romperla. Es una cuestión de subsistencia, de que otras formas de vivir sean posibles.

Los problemas de la representación son bien conocidos y detestables, también la ingenuidad de ciertas formas de organización horizontal que se dejan muchas cosas fuera y a veces miran demasiado hacia dentro. Quizás haya que aprender a hacer más habitable la horizontalidad, quizás se trate de desencadenar vibraciones de deseo que se expanden horizontalmente, que inventan mecanismos instituyentes para mantener las ondas sin apagarse o para regular democráticamente sus ritmos. No se trata de seducir, ni de escuchar, captar, representar, unir o colectivizar sino, más bien, de generar vibración y expandirla de un modo que sea habitable para cualquiera. Abrir espacios y poblarlos de vacío; sin identidad, sin nombre propio, sin representación posible, sin límites, sin miedo. Conquistar posiciones estratégicamente compartidas, inventar mecanismos instituyentes para mantenerlas, poblarlas, hacerlas habitables y seguir vibrando. Nuevas formas de vida, nuevos hábitos, nuevas formas de habitar. Descomponer la esperanza es fundamental para dejar de esperar y canalizar las corrientes de deseo al presente, al aquí y al ahora. ¿En qué se traduce esto? En impulsar más muchas de las prácticas sociales que ya existen, pero también en transformarlas radicalmente e inventar nuevas, desde los gestos más pequeños hasta alianzas de mayor escala. Vibrar sin miedo y experimentar nuevas maneras de bailar/luchar y de aliarse. No subsumirse incuestionablemente a las limitadas formas de vida que permite el mercado y que no son vida. No sucumbir a la tristeza inscrita en todos sus mecanismos e instituciones. Desobedecer a esta forma de vida que no es vida, trasgredir sus límites, abolir sus encasillamientos e inventar otra forma de vivir juntxs.

No hay que olvidar que la opresión se nutre de la captura de la cooperación social. La potencia está ya ahí en lo social, en sus ensamblajes y entrelazamientos, pero el mercado captura rápidamente su viveza, la encorseta y homogeniza su complejidad. Pero también hay prácticas no capturables en lo social que subsisten, incluso algunas que son capaces de defenderse a la captura y al mismo tiempo reinventarse. Desde la Comuna de París de 1871, mayo del 68, el 77 italiano, el movimiento antiglobalización, el 15M, el 8M, los movimiento contra el cambio climático, pero también de manera más situada, los centros sociales autogestionados, las mareas, las plataformas ciudadanas, las PAH, los sindicatos de inquilinas, los jubilados y jubiladas, ciertas asociaciones de vecinos y vecinas… hasta una escala molecular de grupúsculos más pequeños en forma de asambleas, grupos de estudio, de lectura, de autoconsumo, de afectadxs, por una reivindicación concreta o de ocio alternativo hay una energía muy potente de cooperación social, a distintas escalas, o más bien, con distintas intensidades pero donde opera una vibración situadamente compartida. Imaginemos que se dan las condiciones, aunque no se den, que todo está de cara, aunque vaya como el culo, que hay posibilidades de transformar de manera radical la realidad, las formas de vida y la ciudad. ¿Qué habría que hacer? ¿Qué formas de vida serían deseables? ¿Qué espacios construiríamos, qué hábitos desencadenaríamos, cómo nos cuidaríamos? A lo mejor pondríamos muchos de los saberes que ya tenemos de manera dividual —saberes jurídicos, espaciales, comunicativos, intelectuales, emocionales, corporales, educativos, analíticos, medioambientales, médicos, técnicos, musicales, operativos, cuidadores, culinarios, físicos, higiénicos— a operar de manera entrelazada o a intensificarlos de manera estratégica para la invención de nuevas formas de vida y de una transformación radical de la ciudad enfrentando los poderes constituidos y sin miedo a desobedecer y traicionar la normalidad que nos hace la vida imposible. A lo mejor incluso esos saberes se redefinen, se mezclan, se difuminan; a lo mejor surgen otros nuevos. Igual surgen cooperativismos mixtos capaces de sostener la vida y demostrar que otras formas de vivir son posibles y mucho más deseables. Aunque igual habría que pensarlo todo bien antes, trazar un gran plan, esperar a que las condiciones fueran las adecuadas, a que todo esté de cara, a que tengamos más información. Pero, mientras, eso que no es vida pasa y es difícil no preguntarse: ¿y si todo eso de las condiciones adecuadas no es más que una ficción? ¿Y si las condiciones simplemente se construyen?, ¿y si no hace falta plan? ¿Y si no hubiera que esperar?


II

Aterrizando en cuestiones más concretas e imaginando que hubiera un deseo compartido de avanzar por estos territorios, me aventuraría a sugerir algunas consideraciones situadas en Málaga. 1) La primera consideración es que creo que proponerse transformar la vida y la ciudad no es nada nuevo ni tampoco único de un espacio concreto como pueda ser La Invisible. Es algo que se lleva haciendo e intentando, de una u otra manera, durante mucho tiempo y desde diferentes sitios. En todo ese recorrido y todas esas experiencias hay muchísimos aprendizajes fundamentales ahora e infinitamente valiosos —y sin los que no estaríamos aquí—, pero también inercias no deseables, errores, mecanismos de funcionamiento mejorables e incluso ciertos males que no conseguimos superar. Es una pretensión más amplia, que no es ni un espacio, ni un barrio, ni una ciudad, ni una plataforma, nombre o tradición política, sino una forma de socialidad en movimiento que trata de construir otra cosa, aunque no se sapa muy bien dónde empieza y acaba eso, lo cuál es a su vez muy interesante. Dentro de esta masa indeterminada destaca La Invisible, que es quizás la mayor conquista y desafío permanente a la ciudad hoy más mercantilizada que nunca (no entro en las potencialidades y limitaciones); en el polo de la incisión institucional destaca la apuesta municipalista de Málaga Ahora, que desgraciadamente no obtuvo representación en las últimas elecciones pero que sí ha sido capaz de agrupar en su seno a un conjunto de activistas organizadxs durante los últimos años y que ha puesto en el debate público algunos problemas clave de ciudad (no entro en toda la complejidad de lo que ha significado MA, ni en agregaciones/conflictos, errores/aciertos, potencias/limitaciones); en la cuestión de la vivienda y la turistización (quizás uno de los mayores problemas actuales de la ciudad) destaca la PAH, el Sindicato de Inquilinas (de muy reciente creación y que se ha conseguido que madure y evolucione de manera espectacular) y la Asociación de Vecinos del Centro (de composición muy heterogénea y con mucha capacidad comunicativa); y no entro en detalle de todo el resto de prácticas sociales vivas por no aburrir, pero sería muy bueno pensarlas. Sí me gustaría destacar la amplitud de nuevos espacios sociales abiertos en los últimos años, entre los que destacan: La Casa Azul, La Cajonera y La Medusa. Por último, no se puede olvidar la fantástica experiencia de cooperación que significó Málaga No Se Vende, que está ahora mismo inactiva, pero no muerta. Y que a su vez estaba conectada con otras ciudades internacionalmente. Esta condición translocal es imprescindible para construir alianzas de mayor consistencia. Imaginad una ciudad a la que le vamos haciendo agujeros, comunicados a su vez con otros agujeros en otras ciudades; agujeros en los que se está bien, agradables, habitables y siempre en movimiento, con contornos cambiantes y en expansión, a muy distintas escalas, haciéndose más y más porosos. Igual un día podemos llamar ciudad a esa constelación de agujeros. Agujereemos más, agujeros sin dueño y sin identidad, agujeros habitables, agujeros minúsculos y agujeros grandes, agujeros que inviten a agujerear.

2) La segunda consideración es que pienso que actualmente hay una división demasiado pronunciada entre nuestras prácticas laborales y nuestras prácticas políticas, es decir, entre lo que nos da de comer y lo que nos da la vida. Es totalmente lógico ya que en la era de una precariedad despiadada se hace lo que se puede y como se puede. Pero, ¿sería posible de algún modo difuminar algo esta división? Hacer más políticas nuestras prácticas laborales y más sostenibles nuestras prácticas políticas, o incluso, inventar algo nuevo que nos de para vivir de manera políticamente activa. Ha habido ya muchos intentos, ¿nos atrevemos a ir más allá? Cooperativismos monstruosos, intentos aventurados de mezcla entre disciplinas, incluso nuevas necesidades, nuevas formas de dotarnos de lo que necesitamos. Rompiendo la forma en la que se entiende la sostenibilidad económica dentro de la era neoliberal, sin la ingenuidad de pensar que generar recursos económicos para sostenerse es malo, pero sin caer en la trampa de hacerse empresarix de unx mismx. Los saberes y las disciplinas que conocemos no son neutros, están incardinados en los dispositivos de poder que mantienen la opresión que nos aplasta. Politizar en común los saberes, reinventar las disciplinas, ser indisciplinadxs y generar nuevos saberes al servicio de las formas de vida que se pretende inventar es clave para fundir prácticas políticas y prácticas laborales de un modo más profundo. Luchar, no solo como la acción puntual y heroica de gritar en una manifestación o pegar carteles, sino como coraje para desmontar el andamiaje de la vida que nos imponen e inventar nuevas formas de sostenernos luchando. La lucha política no como compartimento aislado y aislable de nuestras vidas sino como revolución radical de nuestras vidas. No es un capricho revolucionario, es pura necesidad. ¿Quien no se siente un poco ahogado en esta vida? En mayor o menor intensidad sentimos que algo va mal, pero el muro es tan alto y profundo que no sabemos como hacer otra cosa o como abordarlo. Quizás sea así y no hay otra, o quizás es que hay que generar las condiciones para hacer otra cosa, empezando por las cuestiones más minúsculas —no hay detalle demasiado pequeño por el que comenzar— para después aumentar la intensidad y vibrar a más niveles.

3) La tercera consideración es simplemente un recordatorio. Algo que es conocido, pero se olvida con facilidad: la potencia que tenemos no es solo nuestra, está presente a través de nosotrxs pero viene de muy lejos, de la larga noche de los 500 años, de cada pequeña insurrección o levantamiento masivo en cualquier momento y en cualquier lugar, de 1520, de 1871, de 1936, de 1968, de 1977, de 1994, de 2011… Y, especialmente, en cada injusticia, en cada opresión pequeña o grande a lo largo de los años y a lo ancho del planeta, ayer, hoy y mañana; en la violencia distribuida por cada rincón del mundo en cada recuerdo de lxs desposeídxs. Por el sistema sexo-género, por la violencia machista, por el colonialismo, por el racismo, por la violencia de clase, por el odio a lxs pobres, por el ninguneo a lxs locxs, por el olvido a lxs cuerpos distintos, por la precariedad, por la enfermedad… En la desposesión hay violencia pero también potencia, incluso en las más brutales subsiste una complicidad que puede disparar el deseo de juntarse. Eso no quita que en cada unx de nosotrxs se mantenga siempre un combate, en mayor o menor medida, entre la opresión sufrida y ejercida. Las asimetrías de opresión son ineludibles, por eso necesitamos generar dispositivos de solidaridad y autocuestionamiento interseccional para poder desplegar una verdadera potencia de cooperación situada. Que la potencia no sea solo nuestra quiere decir que es inconmensurable y que su despligue masivo solo depende de que aprendamos a vibrar conjuntamente. Hay mucha dureza en la desposesión, eso es indudable, por eso necesitamos suavidad para trabajar con/desde ella.

4) La cuarta consideración es sobre la tarea de explorar nuevas formas de vida activista, de una nueva suavidad activista. De toda esa constelación de intensidades y distancias que caracterizan a los espacios y movimientos activistas. Es conocida la frase de Brecht en la que explica que «hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.» Esta forma heroica de entender el luchar no es sostenible ni deseable, porque en muchos casos ha provocado apartar a gente que sentía que no daba la talla, que sus esfuerzos no eran suficientes. La complejidad de la vida y sus múltiples aristas y asimetrías hacen que no sea para nada igual de fácil dedicar una parte importante de tu vida a causas políticas —o incluso transformar políticamente tu vida—, sin embargo, como explica Garcés «el sentido más radical del compromiso es aquel que entrelaza nuestras vidas más allá y más acá de la movilización, de la organización y de la acción permanente. Cambiar la vida pasa, necesariamente, por comprender, aceptar y acoger colectivamente sus límites.»[3] Aceptar sus límites también puede implicar aceptar el reto de inventar nuevas formas de expandir sus contornos. Es esta idea de explorar nuevas formas de vida, que, desde su interdependecia, complejidad y fragilidad, estén presentes y sean activas —activistas— en las luchas de nuestro tiempo. Por eso es tan difícil de entender para la gente que evalúa los combates políticos únicamente con la regla del ganar/perder en el cuadrilátero institucional que el verdadero conflicto está en la vida; en cómo la tratamos, en cómo nos cuidamos, en qué deseos somos capaces de desencadenar, en cómo nos relacionamos. Cambiar la ciudad (y el mundo) es cambiar la vida. El ímpetu excesivamente sacrificado que nos exigimos demasiadas veces y que suele acabar en el queme, «Militancias ansiógenas. Presencias agotadoras. Pavor a la retirada. Angustia en la normalidad.»[4] En ningún caso estoy diciendo que no haga falta compromiso, entrega y dedicación —a veces hasta absoluta—, sino que esto ocurra desde el deseo y el horizonte de construir otra normalidad —otra cotidianidad— que sea capaz de sostener estas otras formas de vida; no como mera excepcionalidad, ni como la irrupción de una anomalía intermitente que viene a salvarnos los muebles pero que luego desaparece. Procesos encarnados, sentidos y sensualmente comprometidos que son capaces de generar ecologías de cuidado. Cuidar las desobediencias y las formas de vida desobedientes tiene que ver con esto, con hacerlas instituyentes, durables, y multiplicarlas. Abrir agujeros no solo en la ciudad sino también en nuestras subjetividades, pero agujeros habitables, agujeros suaves, una nueva suavidad agujereante. Que reduzca las distancias, que haga los extrañamientos más habitables, que genere suavidad en las incomodidades.

5) Por último una desconsideración; no creo que reflexionar teóricamente sea ni más importante ni menos importante que limpiar un baño, montar el sonido o hacer un turno, pero creo que es igual de necesario. Si no pensamos juntxs, pensarán por nosotrxs. Pensar sobre lo que hacemos y sobre lo que podríamos hacer, no alejado de las prácticas sino desde las prácticas y para disparar nuevas prácticas. Teoría y práctica no son ni incompatibles ni irreconciliables, queramos o no están entrelazadas indisolublemente en cada cosa que hacemos y decimos, la cuestión es si queremos que nuestras prácticas se basen en un pensamiento elaborado conjuntamente o en lo que piensan por nosotrxs desde los distintos dispositivos de poder. Y pensar juntxs no tiene que hacerse necesariamente a través de un texto, o de la palabra, esas son solo dos materializaciones posibles, pero tendremos que encontrar cuáles son las nuestras. Quizás es todo a la vez: textos, acciones, bailes, risas, riñas, juegos, protestas, es decir, lo de siempre pero siempre que nos atrevamos a suavizar las distancias entre la formalidad y la informalidad, entre lo planeado y lo repentino; a jugar escribiendo, a bailar protestando, a reñir riendo. Vibrar de muchas formas y sin parar.

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[1] https://transversal.at/transversal/0318/sanchez/es

[2] https://elpais.com/elpais/2019/05/28/opinion/1559062838_317776.html

[3] Garcés, Marina (2018) Ciudad Princesa. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 87-88.

[4] Ídem.